martes, 24 de junio de 2014

REFLEXIONES DE PILAR G.: PERMANECER EN SITUACIONES INCÓMODAS






En ocasiones nos encontramos inmersos en situaciones que nos resultan especialmente difíciles y en las que nos sentimos estresados, ansiosos, deprimidos o furiosos.

Lo más habitual es que permanezcamos en esas situaciones de forma alterada o que huyamos despavoridos de ellas. Lo cierto es que ninguna de estas dos opciones es muy acertada, lo más recomendable es tomar la decisión de continuar o no en dichas situaciones, una vez que hayamos conseguido no sentirnos perturbados en ellas.

Carlos, al igual que muchas personas, vivía una situación un tanto complicada en el trabajo. Desde hacía algunos años, trabajaba en una agencia de publicidad, tenía un sueldo más que aceptable, un horario bastante bueno y le encantaba su trabajo, a pesar de eso sentía insatisfacción, resentimiento y amargura, por no hablar de los momentos en los que la rabia se apoderaba de él.

Aseguraba que su jefe, con demasiada frecuencia, se apropiaba de sus ideas y que además se aprovechaba de sus conocimientos y de su duro trabajo para colgarse medallas que no le correspondían. Esto hacía que Carlos se sintiera furioso, invisible y nada valorado.

Su jefe gozaba del reconocimiento del equipo directivo de la empresa y de un astronómico sueldo, pero Carlos no solo no le consideraba merecedor de esos privilegios, sino que sentía que le estaba privando de algo que en realidad le pertenecía a él. Esta idea le atormentaba y no podía quitársela de la cabeza, esto contribuía a que la relación con su jefe fuese cada vez más tensa.

No sólo se sentía mal en el entorno laboral, donde se había convertido en un auténtico cascarrabias, al que sus compañeros evitaban cansados de sus constantes quejas, sino que también se estaba viendo afectada su vida personal, ya que a menudo se mostraba malhumorado y tenía reacciones airadas hacia su familia y amigos.

Cada vez estaba más convencido de que la única solución era buscar otro empleo, aunque por otro lado, no quería renunciar a su puesto de trabajo, primero porque la situación actual de crisis hacía poco probable que encontrara otro con tan buenas condiciones, y segundo porque le gustaba lo que hacía.

Carlos consideraba que su jefe era el culpable de que él se sintiera desdichado, pero en realidad la causa de su perturbación era su propio diálogo interno cargado de exigencias hacia sí mismo, hacia los demás y hacia el mundo. Una vez se dio cuenta de que el único responsable de su malestar era él mismo, decidió combatir dichas exigencias o creencias irracionales:

-Creencias irracionales acerca de sí mismo: “Debería alcanzar el éxito en mi trabajo, estar bien considerado y tener un sueldo sustancioso, si no lo consigo seré un fracasado, un incompetente, nadie contará conmigo para proyectos importantes y no lo podría soportar”.

Carlos envidiaba la nómina y el prestigio de su jefe porque para él el poder, el reconocimiento y el estatus social eran lo que daba valor a las personas. Ignoraba que la valía de una persona no radica en lo que ponga en su tarjeta de visita ni en su cuenta bancaria sino en el mero hecho de ser humano. Nadie necesita ni capacidades ni logros para tener valor.

-Creencias irracionales acerca de su jefe: “Es horrible e insoportable que me trate de esa manera tan injusta y poco considerada, es una persona malvada que merece ser castigada duramente”.

Es imposible conseguir que los demás se comporten siempre como a nosotros nos gustaría, pero lo que sí podemos hacer es intentar comprender su conducta, aunque no la aprobemos. Carlos debía entender que su jefe era una persona tan falible como cualquier otra, que a menudo comete fallos y se comporta de manera lamentable y poco acertada, pero eso no le convierte en alguien despreciable. Una conducta reprobable no transforma al que la realiza en un ser deleznable. No hay que confundir al pecador con el pecado.

-Creencias irracionales acerca de la situación: “Es espantoso lo que me está pasando en mi trabajo, no puedo soportar que la vida sea siempre tan injusta y que me resulte tan difícil conseguir lo que quiero”.

La frustración que experimentaba Carlos era una emoción negativa sana, lo que es insano es ser incapaz de tolerar esa frustración. El hecho de que la vida no siempre sea justa y de que a veces las cosas no salgan como a nosotros nos gustaría, puede resultarnos algo desagradable e incómodo pero lo podemos soportar perfectamente. Que Carlos aceptara la situación no supondría que dejara de desagradarle, por supuesto que no, pero conseguiría destinar el tiempo y energía empleados hasta ahora en quejarse, a disfrutar de su trabajo.

Después de algunos meses debatiendo esas ideas irracionales, Carlos logró un diálogo interno mucho más flexible basado en preferencias: “Me gustaría tener éxito en el trabajo pero si no lo consigo tampoco pasa nada, sigo siendo una persona igual de valiosa”, “Preferiría que mi jefe me tratara siempre de manera justa y considerada pero tampoco es horrible si no lo hace”, “No me gustan en absoluto las injusticias de la vida, pero puedo soportarlas”..., este nuevo diálogo interno le permitió transformar sus emociones insanas (ansiedad, ira, resentimiento...), en otras también negativas pero sanas (pesar, disgusto, fastidio, decepción...).

Carlos dejó de necesitar reconocimiento, felicitaciones, palmaditas en la espalda, ascensos o una considerable subida de sueldo, aunque si llegaban no los rechazaría, y se marcó como único objetivo realizar su trabajo lo mejor posible, entregándose a él de una manera tranquila y disfrutando de cada momento que pasara en la agencia. De esta manera y, casi sin darse cuenta, mejoró su rendimiento y la relación con sus compañeros y con su jefe.

En este momento, Carlos estaba en condiciones de tomar la decisión de dejar su trabajo o de continuar en él. Optó, desde la serenidad, por permanecer en su empleo, en el que ahora se encontraba más a gusto que nunca.

Si en lugar de trabajar su dialogo interno, Carlos hubiera decidido desde el principio abandonar su trabajo, su malestar se hubiera reducido temporalmente, pero en su nuevo empleo (quizás peor remunerado y menos interesante), inevitablemente hubiesen surgido otras situaciones ante las que Carlos, a causa de los pensamientos irracionales que mantenía, hubiese experimentado de nuevo emociones negativas insanas: ansiedad, rabia, ira, resentimiento... Como se suele decir, eso es pan para hoy y hambre para mañana.

Hay veces que la poca tolerancia a la incomodidad que nos provoca una determinada situación, hace que nos decantemos por la opción más rápida y sencilla: escapar de dicha situación, en lugar de modificar nuestra irracional forma de pensar. Transformar las creencias irracionales en racionales, nos dará la fortaleza emocional necesaria para afrontar situaciones difíciles y tomar las decisiones más acertadas.

Un abrazo,

Pilar


1 comentario:

  1. Un ejemplo claro que lo que he leído en "El Arte de no amargarse la vida" y "Las gafas de la felicidad" se puede poner en práctica. Me ha gustado. Gracias

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