martes, 24 de junio de 2014

REFLEXIONES DE MIGUEL F.: MARACANÁ


El deporte tiene estas cosas inexplicables que nos alucinan, nos alteran, nos entusiasman, o nos desconciertan. Incluso que nos cabrean o que nos enervan de tal modo que nos subimos por las paredes en defensa de tal o cual equipo o en ataque a tal otro… Hablo de fútbol, claro, pero hablaré también de más cosas.


Parece que unos colores, unos “principios”, tienen peso suficiente para que por la “pasión por nuestro equipo” se pare nuestro mundo, para que gracias a una victoria nuestros problemas cotidianos pierdan peso o incluso parezcan diluirse, ¡qué grande es esto!. Lo malo es cuando nuestro equipo pierde, entonces todos perdemos, todos nos hundimos, y todos sacaremos la capa y la espada para batirnos en duelo verbal si llega el caso, con quien ose meterse con “nosotros” o quiera hacer un chistecillo fácil al respecto…


Bueno, también nos podemos dejar llevar por la mofa colectiva y sacar la sorna en plan cachondeo para meternos nosotros mismos con los perdedores -nuestro propio equipo-, sea como sea, aquí alguien tiene que meterse con alguien, alguien tiene siempre la culpa, parece que lo que rodea a este deporte es así, y así lo asumo.


Escribo estas reflexiones justo en la mañana siguiente al segundo partido de la selección española en el mundial de Brasil, y como todos sabemos, perdió ese encuentro ante Chile además de haber perdido ya el primero ante Holanda. “Mala cosa” decían algunos tras el partido de estreno, esta selección no es la misma de antes, aquí pasa algo.


Los argumentos para obtener la respuesta a la incertidumbre del porqué esta selección habiendo sido la mejor del mundo y haber atesorado grandes victorias hace poco ahora parecía sufrir un desmoronamiento inusual, estaban servidos, había para todos los gustos, y en lo que va de mañana, ya he escuchado un buen número de ellos: es que ganan demasiado y no tienen interés, están mayores, no sirven para nada, les falta preparación física, no se llevan bien entre ellos, el seleccionador no vale…


Y claro, ante tales motivos, las soluciones venían ellas solitas, y de la mano, como sentencias firmes de quienes postulaban sus argumentos a este respecto: esto es un cambio de ciclo, todos fuera y a buscar otra selección; hay que destituir al seleccionador; el portero no vale “un duro”, tiene toda la culpa; que quiten a todos los que han fallado las ocasiones de gol; que les paguen menos…


Debo dejar claro que no soy futbolero, no sigo a ningún equipo, pero sí me gusta de vez en cuando ver algún partido que en principio parece deportivamente interesante, resumiendo, me gusta este deporte pero no este negocio, seguro que más de alguno me entiende. Eso sí, lo respeto y admito, es el deporte rey de nuestro país, de decenas de miles de aficionados, de amigos, familiares, vecinos, es un deporte con el que convivimos queramos o no.


En efecto “algo” pasaba en la selección. Me propuse fijarme con atención desde el primer minuto porque del primer partido ya tenía alguna sospecha, y si les parece bien y no les molesta, expongo mi punto de vista porque creo puede servirnos para trabajar ciertos aspectos emocionales que en lo relacionado con el deporte tienen un gran peso, y por extensión, también lo tienen en nuestro día a día.


Según salían los jugadores de la selección al campo, dispuestos a escuchar los himnos, sus caras lo decían todo: salían tristes, como abatidos, casi temerosos diría recordando algún rostro. Mientras sonaba el himno, sus caras y su lenguaje corporal decía mucho, faltaba concentración, se notaba una ausencia casi completa de relajación -necesaria cuando se ha estresado el cuerpo para ponerlo en rendimiento deportivo-, mandíbulas apretadas, seriedad extrema, mirada perdida… Tan sólo algún jugador, caso de Sergio Ramos, mantenía su rutina habitual en estos casos, concentrado, centrado, dispuesto.


Durante el encuentro se pudo ver mala técnica, fallos incomprensibles, desorganización, individualidades desesperadas, reiteraciones en tácticas inválidas, ausencia de conexión, inexistencia de proactividad, respuestas lentas, tardías, escaso nivel físico, aquí pasaba algo, parecían sufrir minuto tras minuto buscando que algo arreglara aquello.


Después de muchos años trabajando diferentes aspectos emocionales en el ámbito deportivo incluida la competición en diferentes modalidades, para mí había una cuestión clara: en ese partido nadie en nuestro equipo estaba disfrutando, ningún jugador se divertía, nadie dejaba aflorar con naturalidad técnica y capacidad para alinearlas en la consecución de unos objetivos individuales y colectivos.


Este partido, en Maracaná, tiene para mí un significado muy especial que puede ayudarnos a ver la importancia del disfrute en el deporte y por extensión en la vida: si haces cualquier cosa sin pasión, sin disfrute, sin ánimo de divertirte, los resultados siempre serán inciertos y casi nunca serán positivos, te lo aseguro, y el primer resultado negativo lo verás en tus emociones de forma inmediata. Y este resultado personal es el que más vale, el que más peso tiene, con independencia del marcador.


Cuando la presión nos supera y cuando hay más obligaciones que deseos en escena, la jugada, el partido, la vida, no van bien encaminados. En este partido dentro de la selección nadie animaba a nadie, todos se desmoronaban claramente ante cada fallo -y hubo muchísimos-, se recriminaban entre ellos, faltaba no sólo cohesión, sino liderazgo compartido, y en el deporte de equipo el liderazgo no es hacer lo que el entrenador o el capitán dicen, muy lejos de esto, el liderazgo aquí -y en la vida- significa facilitar el camino a los demás. Así de claro, y aquí faltó.


Creo que ningún jugador saltó al campo a disfrutar realizando bien su misión en este partido y dentro del equipo, y eso pasó factura; y me atrevo a decir que eso mismo ocurrió en el primer encuentro. Esto no va a ningún lado, pero si consideramos esta posibilidad y la extrapolamos a nuestro día a día, es interesante quedarnos con una reflexión: si no te diviertes hagas lo que hagas, estarás “haciendo”, pero sin conseguir nada positivo para ti, que es lo que cuenta.


A partir de ahora he bautizado la falta de pasión y de interés por disfrutar las cosas que hacemos como “el efecto Maracaná”, permítanme la licencia. Tal vez si nuestros jugadores hubiesen preparado estos encuentros sin la menor necesidad de ganarlos, sin la responsabilidad de demostrar su valía ante millones de espectadores, sin tener que responder a los deseos de otras tantas decenas de miles de personas que los veíamos desde nuestro país, sin tener, en definitiva, que demostrar nada a nadie, tal vez entonces su técnica, su capacidad, su empuje y su clarísima calidad como deportistas de alto nivel, se hubiesen alineado, de la mano del deseo de divertirse, y el marcador hubiese dejado ver otro resultado. Tal vez, pero en cualquier caso, el resultado nunca tiene tanta importancia.


Un abrazo,


Miguel F.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho la frase de que el resultado no tiene tanta importancia... animo a ver la película de dibujos animados "el futbolin", al final de la peli hay un partido de fútbol que es total!!! os gustará!!

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