martes, 24 de junio de 2014

REFLEXIONES DE PILAR G. : EL BOXEO COMO FUENTE DE AMOR



Hace unas semanas asistí a un congreso de psicología en el que tuve la suerte de conocer a uno de sus ponentes, se llama Julio Rubio, trabaja como educador social y es un auténtico placer escucharle cuando habla del trabajo que realiza con sus chicos, porque sus palabras transmiten algo que no es muy habitual en nuestros días: pasión y entusiasmo por lo que hace.

Unos días después de dicho congreso, me surgió la oportunidad de escucharle de nuevo en una charla-debate en la que contó cómo emplea el boxeo como medio para combatir la exclusión social de algunos chavales de su barrio.

Julio no entrena a estos chicos con el objetivo de que lleguen a ser algún día grandes estrellas del boxeo, ni siquiera tiene especial interés en que compitan, su única pretensión es, con este deporte como excusa, acercarse a los chavales para comprender su realidad y conocer las posibles situaciones problemáticas que puedan estar viviendo. Para muchos de estos chicos es la primera vez que alguien muestra interés por ellos y eso es algo que por muchos años que pasen siempre recuerdan con cariño.

También explicó que algunos de estos jóvenes llegan al entrenamiento como auténticos miuras, completamente cegados por la ira, y que gracias al boxeo consiguen canalizar la agresividad y, como consecuencia, empiezan a pensar con más lucidez y a comportarse de manera más constructiva y funcional.

En un momento de la charla, uno de los asistentes intervino para preguntar: "¿Qué significa que estos chicos se reinserten, que voten cada cuatro años, que se sometan a las órdenes de un jefe ocho horas al día, etc., etc.?" La labor que Julio lleva a cabo con estos chicos nada tiene que ver con esa "reinserción", está más bien encaminada a que los chavales disfruten, establezcan lazos afectivos y aprendan a relacionarse con los demás desde la aceptación incondicional, es decir, aceptando a todas las personas, incluso a aquellas con las que no comparten en absoluto ni su forma de pensar ni de actuar.

Julio, pone a guantear al antifascista con el neonazi y al gitano con el racista, esta aproximación hace que, poco a poco y de manera casi mágica, brote el afecto entre ellos. Ese sentimiento derriba muros que en principio parecían infranqueables y consigue que se vean unos a otros simplemente como personas, al margen de ideologías o del color de la piel.

El amor es, sin duda, el arma más potente para acabar con cualquier diferencia porque, cuando sentimos afecto por alguien, le despojamos de todos los aspectos (clase social, inteligencia, raza...) que no suman ni restan valor a su persona y, por lo tanto, nos quedamos con lo único realmente valioso, su capacidad de amar.

Resulta paradójico que un deporte, en apariencia tan violento como el boxeo, pueda servir para crear un entorno de cariño en el que los chicos aprenden a aceptar incondicionalmente a los demás. Julio ha dado en el clavo al apostar por la aceptación incondicional como vía para evitar la exclusión social, los conflictos y la hostilidad, ya que si no aceptamos a los demás tal cual son, difícilmente lograremos convivir de forma pacífica en sociedad y mantener relaciones sanas.

Evidentemente todo esto no sería posible si el propio Julio no aceptara de manera incondicional a todos y cada uno de sus chicos, de hecho prefiere que cuando un chaval llega a él por primera vez para entrenar, lo haga sin etiquetas, no quiere que nadie le cuente si es anarquista, fascista, de una banda o de otra..., el chico es simplemente un ser humano maravilloso y eso es todo lo que Julio necesita saber de él.

Un abrazo,

Pilar

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