domingo, 22 de noviembre de 2015

REFLEXIONES DE DAVID M. : MI RUTINA DEL DEBATE


Hola chic@s:

         Hoy me gustaría compartir con vosotros el método de trabajo mental diario que me aplico. Le he añadido tan sólo dos puntos más con respecto a la rutina del debate que explica Rafael Santandreu en sus libros (aunque sí que estos puntos están explicados sobremanera dentro de sus libros), porque a mí me ayudan a convencerme todavía más de que necesito muy poco para estar súper bien!!!!

         Por supuesto, es algo muy personal, y que cada uno use el que más le funcione.

A. Acontecimiento

Cuando sufrimos exageradamente, creemos que tenemos ciertas carencias que nos impiden ser felices. En este punto se trata de ver el hecho del que nos estamos quejando. P. ej.: no tengo pareja.

C.1. Emociones negativas exageradas

Nuestra emoción con respecto a no tener pareja puede que sea depresión.

Relación B-C

Aquí es cuando nos damos cuenta de que nos estamos engañando con respecto al causante de nuestro sufrimiento: no es el hecho de no tener pareja el que nos deprime, sino NOSOTROS MISMOS, NUESTROS PENSAMIENTOS al respecto.

Para darnos cuenta de esto, no podemos hacer cuatro preguntas fáciles y rápidas:

¿He sido yo feliz sin pareja?

¿He estado todavía más infeliz sin pareja?

¿Hay personas sin pareja y muy felices?

¿Hay personas sin pareja y que están aún mucho peor?

En todos los casos la respuesta es sí, por lo que ha quedado súper demostrado que es nuestra interpretación del hecho de no tener pareja, y no el hecho en sí, lo que hace que estemos mejor o peor a nivel emocional, pues diferentes personas tienen diferentes emociones respecto a un mismo hecho. Incluso las mismas personas tienen diferentes emociones en diferentes momentos de sus vidas.

Por lo tanto, en el trabajo mental diario lo que vamos a trabajar serán nuestros pensamientos.

B1. Creencia irracional

Llegados a este punto, sacar la creencia que nos hace estar tan mal es sencillo.

En algún curso que he hecho, usaban un método que era visualizar aquello que tememos y estar atentos al pensamiento que nos vendrá: "no lo soporto", "estoy acabado", "soy un mierdas",…

No lo veo mal, pero a mí me parece mucho más sencillo y eficaz sacarla por lógica. Me explico. Hay un capítulo en "el arte de NO amargarse la vida" de Rafael Santandreu, el capítulo 23, últimas instrucciones, en el que se encuentra el apartado de los niveles de profundidad. Rafael cuenta la historia de que un amigo suyo siempre expresaba en público que "el dinero no determina ni la felicidad ni la valía de las personas". Sin embargo, este amigo de repente se sintió con mucha vergüenza por tener que invitar a su cuñado rico a su pequeño y humilde piso. Por lo tanto, es imposible pensar "me gustaría ser rico, pero no lo necesito nada" y sentir tanta vergüenza: eso es porque REALMENTE pensaba que "necesito ser rico y exitoso, es algo esencial, y si no no lo puedo soportar"

Por otro lado, es imposible que pensemos "me encantaría tener pareja pero sino yo puedo ser súper feliz" y sentirnos deprimidos. Eso es porque nos estamos diciendo REALMENTE que "necesito pareja y si no la consigo estoy acabado".

Ventajas de pensar racionalmente

Antes de empezar a argumentarnos a favor de la nueva creencia mucho más realista y constructiva, pueden surgir algunas resistencias que nos impiden siquiera ponernos a trabajar para cambiar esa creencia.

Rafael habla en su libro “el arte de NO amargarse la vida” de su ex-paciente María, quien a pesar de estar de acuerdo en que estaba exagerando su situación -estaba terribilizando- llegó muy muy enfadada a la siguiente sesión porque pensaba que con esta nueva forma de pensar Rafael la estaba convirtiendo en una pasota. Es decir, pensaba que su forma de pensar era perjudicial, pero el quitarse la terribilitis sería aún peor, se convertiría en una pasota, cuando eso no es verdad, pues lo mejor ocuparse de la cosas pero sin preocuparse.

Por otro lado, me he dado cuenta de que este punto es muy importante trabajarlo para eliminar algunas creencias irracionales INMATERIALES muy enquistadas. Incluso aunque el apartado de los argumentos es lo más importante en el trabajo mental, pues esta es una terapia de argumentación, para estas creencias tan enquistadas, este apartado, bajo mi experiencia, es igual de importante. Por ejemplo, en la necesititis de amor, algunas personas piensan que el buen amor es el "sin ti yo muero" o "sin ti no pudo ser feliz". Cuando se les dice que es mejor "amar sin necesitar", de repente se les enciende el pensamiento blanco o negro: "o el amor es algo súper esencial o me convierto en un ser despreciable que no le importa nada ni nadie." Entonces hay que explicarles que no, que se puede amar, y muchísimo, pero que no necesitas a nadie" De esta forma, cuando no lo tienes, no sufres, y cuando lo tienes, lo disfrutas un montón y todo fluye mucho mejor (lo peor es que antes, aún teniendo amor, sufrías una barbaridad, pues siempre existe la posibilidad de perderlo, luego le dabas contínuamente la bienvenida a la ansiedad y a los celos, y porque olvidabas que la felicidad está en tu interior).

Estos dos posts que escribí, aclaran mejor este punto:

http://www.rafaelsantandreu.es/el-blog-de-rafael/reflexiones-de-david-m-me-estare-volviendo-pasota-irresponsable-y-egoista-con-la-trec/

http://www.rafaelsantandreu.es/el-blog-de-rafael/reflexiones-de-david-m-ojo-con-las-necesititis-inmateriales-que-no-os-vendan-la-moto/

Argumentación

Es el punto más importante con diferencia.

Esta es una terapia de argumentación, no un ejercicio de repetirnos las cosas como un lorito. Hay que estar convencidos de nuestras nuevas creencias muy profundamente para que nuestras emociones acompañen. Para ello, tendremos que usar muchos argumentos realistas y constructivos. Hay un montón. Por lo tanto, este punto es el más importante con diferencia. Tampoco es un ejercicio de pensamiento positivo. No todo va mejor y mejor, sino que aunque haya algunas cosas que no funciones, yo todavía puedo ser feliz.

No voy a escribir argumentos en este post, porque en el próximo quiero hablar específicamente sobre ello, pero básicamente, son miles de pruebas REALISTAS de que necesitamos muy poco para estar bien.

B2. Creencia racional

Aquí sólo se trata de formular una creencia racional de la manera más realista posible: "me gustaría tener pareja pero sin ella todavía puedo ser súper feliz". Ya nos hemos convencido de ella en los anteriores puntos, sobre todo en el de argumentación, y si es así, veremos como nuestras emociones acompañan. Nuestras emociones son la prueba del algodón, jaja.

C2. Emociones negativas moderadas, armonía y alegría.

Algo de emociones negativas vamos a tener siempre cuando surjan los hechos negativos. La diferencia es que al abandonar el malestar tan desbordante que teníamos, nos vamos a levantar súper pronto (vamos, que estas emociones negativas serán suaves y muy cortas) y, sobre todo, todo ese tiempo que malgastábamos en quejarnos por las cosas que no funcionaban, lo usaremos para APROVECHAR NUESTRAS OPORTUNIDADES CON PASIÓN Y TRANQUILIDAD!!!

Anexo: visualizaciones racionales

Aunque la rutina del debate es lo más importante, si le añadimos las visualizaciones racionales (peor escenario y otras), la potencia del trabajo mental se multiplica. Incluso podemos visualizar todos los puntos de la rutina del debate y así hacerlo más efectivo y divertido.

Posdata: el pasado Congreso

Es verdad que se necesita muy poco para ser feliz, pero cuando uno tiene cosas buenas, se aprecian, y el este pasado Congreso fue una de ellas. Lo pasé súper bien, conocí gente muy muy maja, aprendí un montón de psicología de unos conferenciantes muy inspirados y hasta me eché unos bailes, jaja. ¡Muchas gracias! Y el siguiente Congreso, ¡a tope de nuevo!

jueves, 19 de noviembre de 2015

REFLEXIONES DE MONTSE: CENICIENTA 3.0


“Yo sólo quiero un poquito de lo que todo el mundo tiene: encontrar un hombre que me quiera y me proteja, con el que tener hijos y construir un hogar estable en el que me sienta segura. Me da igual no ser independiente, lo que quiero es ser feliz. ¿Acaso pido demasiado?”.

Estas palabras pronunciadas por una mujer en sus cuarenta constituyen un lamento cuya frecuencia debería resultar sorprendente en una época que, -virtualmente- brinda igualdad de oportunidades a todos los seres humanos para desarrollarse personal y profesionalmente. En el marco de la consulta psicológica no se trata de una expresión insólita, muy al contrario, mujeres de todas las edades, -muchas en la veintena-, admiten albergar dentro de sí una esperanza que no siempre se atreven a manifestar abiertamente. Y aun es más frecuente el número de mujeres que se comportan de acuerdo a esa creencia sin ser conscientes de ella. Unas y otras sufren. En ambos casos existe un deseo, –explícito o no-, experimentado como una imperiosa necesidad que, de no cumplirse, las abocará a lo que temen: una vida de desamor, soledad y frustración. Las mujeres que piensan así ni siquiera se plantean que, aun encontrando la relación por la que suspiran, ésta podría no tener un final feliz. En muchos casos rechazan a hombres fantásticos porque no acaban de encajar con el ideal de príncipe que está en su mente.

Desear una vida familiar es muy lícito. Exigir que esa vida sea la proveedora exclusiva y permanente de estabilidad, seguridad y felicidad es una ingenuidad propia de los cuentos de hadas. El miedo subyacente a esa manera de pensar va mucho más allá del temor a ser tildadas de ingenuas, se trata de miedo a la independencia, miedo a desarrollarse como seres humanos, a ser plenamente responsables de sus vidas, únicas creadoras de sus éxitos y únicas víctimas de sus fracasos, libres de decidir cómo, dónde y con quién quieren compartir su vida. ¿De dónde procede ese miedo?

Para ser libre hay que ser independiente. Y a la inversa. La libertad de la que estamos hablando aquí viene dada principalmente por la independencia emocional y financiera. La independencia consiste en la libertad de escoger los valores que nos permitirán, -por ejemplo-, vivir solos o acompañados según prefiramos en cada momento de nuestra vida. Para ser libres e independientes hay que pensar como personas libres e independientes. La manera de desenvolvernos, decidir y actuar en el entorno se corresponde siempre con nuestros valores; la sabiduría o la insensatez en que éstos se basen darán lugar a resultados emocionales acordes. Una persona dependiente jamás se comportará como un individuo libre.

Es absolutamente anacrónico, inflexible, injusto y extremadamente doloroso supeditar nuestra felicidad a otra persona. Nuestra felicidad y también nuestra prosperidad. A veces hay que invertir los términos para darnos cuenta de lo surrealista del tema: jamás un muchacho se ha planteado que necesita encontrar una jovencita que le solucione la vida; nunca una jovencita ha crecido convencida de que tendrá que seguir manteniendo a aquellos chicos con los que haya contraído un vínculo legal aunque ya no conviva con ellos. Aunque formulado así nos parezca grotesco, la triste evidencia es que tales extremos existen en sus acepciones originales y que sólo conducen en uno y otro caso al estancamiento, a la inacción y por empatía a la indefensión, incapacidad y menoscabo de la propia estima. El que sabe que tendrá que arreglárselas para sobrevivir si se cae a una piscina, aprende a nadar. El que no se ha planteado aprender a nadar siempre encuentra alguna excusa que justifique su grito de socorro, y si nadie acude, simplemente se hunde. En un paisaje como este no es de extrañar que muchos hombres sientan “miedo al compromiso” y muchas mujeres sientan “miedo a la libertad”; han establecido una relación coste/beneficio que socava sus posibilidades.

El impacto de los modelos socio-culturales con los que hombres y mujeres hemos crecido ha sido realmente cruel para nuestra generación. El legado de la sociedad de nuestros antepasados está absolutamente fuera de lugar y choca frontalmente con las necesidades actuales, necesidades reales y muy complicadas de satisfacer siguiendo unos esquemas mentales “prehistóricos”. Por si fuera poco el esfuerzo individual que tenemos que hacer para desprendernos de esa herencia, una cierta parte de la industria cinematográfica, musical, literaria, y de la moda, sigue contribuyendo a fomentar y sustentar prototipos que a fuerza de persistencia han arraigado en el subconsciente colectivo con tanta rotundidad que en muchos casos se aceptan como “normales”. Sólo tenemos que fijarnos en las conversaciones que mantienen grupos de hombres y mujeres (por separado) en los que tales estereotipos emergen con total espontaneidad y son fervorosamente alentados por los congéneres.

El sufrimiento actual de los hombres y mujeres atrapados en juicios arcaicos es fruto de un modelado que ha sobrevivido durante siglos. Hace sólo un par de generaciones que el ideario social otorgaba a las mujeres un único rol: el de amas de casa hacendosas, madres entregadas y esposas serviles. En un lapso de tiempo brevísimo las princesas se han despertado horrorizadas al comprobar que no pueden seguir ejerciendo el personaje para el que fueron educadas. Muchas de ellas de repente un día están solas, se encuentran divorciadas, con o sin hijos a su cargo; o solteras, bordeando la cuarentena desesperadas por satisfacer su instinto maternal; algunas volviendo de nuevo a trabajar tras un largo período de inactividad laboral; otras plenamente dedicadas al trabajo con jornadas que apenas les dejan tiempo para los hijos o para ellas mismas, y otras sin ni siquiera encontrar un trabajo digno con el que subsistir. Grandes dificultades con las que lidiar, sin duda. Pero lo más triste de esas situaciones es que muchas de esas mujeres siguen considerando que la solución definitiva pasa por acabar encontrando al príncipe que las redima.

Los “príncipes” tampoco se encuentran en una situación halagüeña. También ellos viven en pleno siglo XXI con las rémoras de una educación que les presupone cualidades, capacidades y fortalezas innatas. La realidad es muy distinta. Radicalmente distinta. Son muchos los hombres que permanecen estancados en un matrimonio infeliz porque su condición mental de “príncipe-protector” no les permite si quiera plantearse “abandonar” a los suyos, consideran un deber anteponer la protección de la pareja o de la familia a su propia felicidad. Se avergüenzan de desear tímidamente aquello para lo que fueron educados: ser independientes, o al menos libres para decidir si quieren serlo o no. En otros casos son muy conscientes de que permanecer en el hogar aun a pesar de que el vínculo con su pareja se haya extinguido les impide satisfacer el anhelo de iniciar una nueva vida: “Me iría si pudiese, pero no gano lo suficiente como para mantener a mis hijos, a mi futura ex-esposa y además seguir adelante yo solo”. Otros han optado por dejar el hogar convencidos de que permanecer en él sería una farsa, y luego se encuentran sin maniobrabilidad para manejar sus propias vidas porque una parte sustanciosa de su esfuerzo laboral está dedicada a subvencionar el pasado.

Las consecuencias del bombardeo cultural son demoledoras para ambos. No es que las mujeres quieran ser dependientes, es que al no haber sido educadas para la libertad se agarran desesperadamente a la antigua carroza ahora convertida en calabaza si al menos les provee de alimento. No es que los hombres quieran ser guerreros, es que se les ha educado para luchar por los demás y no se les permite ni flaqueza alguna ni mucho menos abdicar de sus responsabilidades para con la manada; si alguno tiene la tentación de darle una patada a la calabaza es probable que acabe ante los tribunales. Unos y otros somos víctimas de una impronta cultural de la que tal vez no podemos escapar colectivamente, pero sí individualmente. La multitud siempre está formada por individuos, la sociedad no es un concepto abstracto. Si cada uno de nosotros aporta su esfuerzo personal para cambiar los patrones de pensamiento y conducta lograremos una sociedad más saludable y justa. De nosotros depende contribuir a seguir manteniendo los principios obsoletos que nos han inoculado o bien decidir pensar, sentirnos y comportarnos como lo que realmente somos: personas, -independientemente del género-, con capacidades, iniciativas y potencial propios. Si no los hemos desplegado tal vez es porque, -instigados por la insensatez colectiva-, hemos escogido el camino fácil: “que lo haga el otro por mí”.

Es indudable que lo que hemos aprendido por absorción y por experiencia influye en nuestra manera de pensar y de actuar, pero eso no significa que sea categóricamente determinante y que no tengamos la facultad de modificarlo. No es sólo que podamos hacerlo, es que tenemos que hacerlo. Podríamos empezar por cambiar los “debería” que hemos heredado sobre el concepto de pareja. Deberíamos negarnos a pensar en nuestra pareja actual o futura como una prótesis sin la cual nunca podríamos seguir adelante; deberíamos negarnos a considerar nuestra anterior pareja como una parte de nosotros que nos ha sido extirpada y que nos es imprescindible para sobrevivir. Las parejas sanas, funcionales y por ende más felices son las que comparten la vida conscientes de que si la convivencia se acaba ambos seguirán adelante, tal vez con cierta pena, pero nunca con la convicción de haber caído en un abismo. Tampoco exigirán que la relación finiquitada se convierta en un lastre para la persona a la que han amado. Si nuestro ejemplo sirve de modelo para la futura generación, no sólo nos habremos despojado de las ataduras mentales propias, también dejaremos esa huella en nuestros hijos. Podemos acabar con Cenicienta y postergarla al único lugar que merece: el estante de los cuentos infantiles de la generación Disney.

El “Síndrome de Cenicienta” fue descrito por Colette Dowling en 1981 y tres décadas más tarde continua vigente. No se trata de un “diagnóstico” oficialmente reconocido, sino de unas pautas mentales que dirigen el esfuerzo de la mujer a la búsqueda del príncipe como dotador de felicidad aderezada con seguridad económica y emocional. El sufrimiento no sólo procede de la frustración de expectativas tan irrealistas, también hay un tremendo sentimiento de insuficiencia que emerge si no se consigue seducir al candidato escogido. Dowling identificó la dependencia psicológica de las mujeres que se sienten incompletas, frágiles, inseguras, asustadas, desnudas, incompetentes… sin la presencia de un hombre en sus vidas. Independientemente de que sean amas de casa o profesionales exitosas, estas mujeres son reacias a comprometerse con su independencia; la idea de ser autónomas les resulta abrumadora, les genera ansiedad pensar en resolver ellas solas los conflictos con los que puedan encontrarse; les hace sospechar que ser libres conlleva renunciar a su feminidad y se perciben a sí mismas como no-realizadas. Pero no es la naturaleza la causante de este desatino, es simple y llanamente falta de entreno debido a siglos de condicionamiento cultural que no les ha permitido ejercer su libertad.

También los príncipes actuales son víctimas de las limitaciones impuestas en el pasado. Se les atribuye la misión de suministradores de todo aquello que ellas son presuntamente incapaces de conseguir por sí mismas. Ellos siguen siendo “cavernícolas que salen a cazar”. Antes cazaban mamuts, ahora oportunidades de negocio. Su rol laboral ha cambiado en las formas, pero no en el fondo. Lo que ha cambiado en el fondo son las expectativas de lo que deben hacer cuando regresan a la cueva. Los que nunca han vivido solos es probable que no sepan cómo poner en marcha una lavadora puesto que su madre no consideró necesario enseñárselo (su padre tampoco sabía cómo hacerlo). Su compañera actual se desespera cuando ellos no tienen la predisposición o la iniciativa de llevar a cabo tareas domésticas a las que ellos no prestan atención porque su “programación mental” no ha sido diseñada para esos fines: “Mi mujer me considera un inútil, me mira con desprecio y me dice: deja, ya lo hago yo”.

“Príncipes” y “princesas” siguen existiendo. Me atrevo a afirmar que el Complejo de Cenicienta ha perdurado en el tiempo y que simplemente se han desarrollado actualizaciones del síndrome. Lo mismo podríamos decir respecto a los príncipes. En el entorno informático se utilizan las terminaciones numéricas para nombrar las actualizaciones de un programa y esas terminaciones acaban en “.0” cuando se refieren a una versión realmente novedosa. Utilizando la nomenclatura informática os presento una visión personal sobre la evolución del síndrome de Cenicienta.

Cenicienta 1.0: La Cenicienta de Disney nos muestra al príncipe como el benefactor que colmará las necesidades de la jovencita desvalida, explotada por su madrastra y condenada a una vida desgraciada y servil para la que no hay salida si la suerte no llama a su puerta. Las especificaciones del príncipe son claras y su valor funcional indiscutible: tiene las prestaciones necesarias para resolverle la vida a la chica convirtiéndola en princesa. El príncipe es el bien soñado por todas las jóvenes, es la mejor adquisición posible, si fuera un detergente sería “el que lava más blanco”. ¿Quién se quedará con él? ¿Cuál será la jovencita digna de vivir en palacio? La respuesta es clara: el Palacio había invitado al baile a todas las muchachas del reino y consecuentemente, se quedará con el príncipe aquella a la que le encaje perfectamente el zapato de cristal. Cualquier mujer con un pie demasiado grande no es merecedora de esa suerte.

Cenicienta 2.0: Pretty woman da una vuelta de tuerca al asunto. Ahora la historia es mucho más creíble. En la película queda patente la conexión emocional que se va estableciendo entre ellos a medida que se conocen, algo que ni siquiera se consideraba primordial en la Cenicienta original. Los personajes no pertenecen a un reino de fantasía, viven en el mundo real. El príncipe ya no está legitimado por su linaje sino que es mucho más asequible a todos los públicos: un apuesto millonario que casualmente circula por la misma calle en la que la princesa ejerce su profesión. Una profesión que naturalmente no desea, sólo le permite a duras penas subsistir. Ella sigue emitiendo el mensaje de que necesita ser rescatada. Sus maneras son impropias de una princesa pero susceptibles de ser pulidas con la ayuda del gerente del hotel que ejerce de hada madrina. Él es una versión muy mejorada del príncipe anterior puesto que sus méritos son fruto del esfuerzo de haberse hecho a sí mismo. Las jovencitas de los años noventa probablemente no soñaban con viajar en carroza, pero la película les recordó que su príncipe puede aparecer a bordo de un deportivo deslumbrante cuando menos se lo esperen.

Cenicienta 3.0: Con 50 sombras de Grey alcanzamos una nueva etapa en la que los valores se suman a la satisfacción de los protagonistas. El príncipe original transformado en millonario se nos presenta ahora como un hombre que tiene los mismos atributos que los anteriores y además da a la princesa la posibilidad de exorcizarle de sus sombras. Grey es el príncipe perfecto, sus bondades satisfacen las carestías económicas, profesionales, familiares, intelectuales, eróticas y hasta espirituales. Colma todas las necesidades, todos los deseos y para no dejar puntada sin hilo, al final de la historia provee a la princesa de una descendencia a la altura de las circunstancias. Aunque ella muestra algún atisbo de auto-confianza, esta se desvanece cuando se atormenta debatiéndose entre lo que desea y teme a la vez. Pensar en su amado como un ser con sus propias miserias (aunque sólo sean psicológicas), -que ella pretende ayudarle a disipar-, confiere al príncipe una debilidad que los anteriores no tenían. Los personajes de esta historia querrán ayudarse mutuamente, pero lo que cada uno puede aportar a la relación sigue conservando las características primigenias. Menos mal que juntos contribuirán a hacer del mundo un lugar mejor.

Aquí estamos. Con una larga sombra proyectada desde el edulcorado cuento de Disney que sigue abrazando los más recónditos anhelos de las cenicientas, ahora colmados por príncipes que según parece podemos encontrar a la vuelta de la esquina. El impacto de los tres formatos de Cenicienta se ha hecho omnipresente en la cultura popular y ha sido tan brutal que no sólo ha mantenido el mito, sino que lo ha potenciado hasta límites tan psicológicamente enfermizos como para que demasiadas personas sigan convencidas de que su bienestar llegará cuando “vivan del cuento”.

Montse Rovira

domingo, 15 de noviembre de 2015

REFLEXIONES DE MÓNICA: LA AUTOACEPTACIÓN INCONDICIONAL DE UNO MISMO


Hola amigos, hoy vamos a hablar de la autoaceptación incondicional, me gusta mucho la visión que da del asunto Walter Riso y para escribir este artículo me he basado bastante en cómo él explica este tema porque me parece que lo hace de una manera muy sencilla.

Antes de pasar con el artículo os dejo con dos frases que me encantan y que están relacionadas con lo que vamos a ver hoy:

- Amarse a uno mismo es una historia de amor eterno. Óscar Wilde

- Nadie puede hacerte inferior sin tu consentimiento. Roosevelt

Uno de los factores más importantes de la fortaleza emocional es la visión que tenemos de nosotros mismos, la conclusión de los especialistas es clara, si la autoestima no tiene suficiente fuerza abriremos la puerta más fácilmente a los problemas emocionales.

Si analizamos nuestro diálogo interno es impresionante las cosas que nos podemos llegar a decir a nosotros mismos, a veces cosas que no nos atreveríamos a decir ni a nuestro peor enemigo. Son muchas las ocasiones en las que no nos tratamos bien a nosotros mismos y eso nos hace débiles emocionalmente.

Una cosa es la autocrítica constructiva y otra la autocrítica perversa que nos golpea con contundencia y no nos deja avanzar.

La imagen que tenemos de nosotros mismos no está determinada genéticamente, sino  que es aprendida y cuando configuramos un auto esquema negativo sobre nuestra persona, este auto esquema nos acompañará toda la vida sino nos esforzamos para modificarlo.

La buena noticia es que podemos cambiar la visión que tenemos sobre nosotros mismos si nos esforzamos. La clave está en entender que nuestro valor como personas no está en lo que hacemos, en lo que tenemos o en lo que los demás piensen de nosotros, nuestro valor como personas es más profundo que todo esto.

Tenemos un valor como personas sólo por el hecho de existir y si ponemos nuestro valor en cosas externas en alguno u otro momento de nuestra vida experimentaremos el tener una autoestima baja y sufriremos. En cambio, si nuestro valor como personas está en nosotros mismos, en nuestra esencia, nos aceptaremos con nuestros errores y, no necesitaremos cosas externas para sentirnos bien ni daremos tanta importancia a la aprobación de los demás. La clave aceptarnos incondicionalmente sabiendo que todos somos imperfectos y aprovechar nuestros errores no para castigarnos sino para aprender y crecer. Juzgar nuestras conductas pero no nuestro ser.

Aceptarnos incondicionalmente nos permitirá:

- Incrementar las emociones positivas.

- Seremos más eficientes en las cosas que hagamos.

- Nos relacionaremos mejor con las personas.

- Podremos amar en libertad.

- Seremos personas más independientes y autónomas.

Los pilares para llegar a nuestra autoaceptación incondicional  son los siguientes:

- Auto concepto: ¿Qué pensamos de nosotros mismos?.

Tenemos que huir del autocastigo, la autocrítica y la autoexigencia indiscriminada. Trata de ser más flexible contigo mismo y con los demás, no seas perfeccionista, no etiquetes a los demás ni a ti mismo, no veas en ti mismo sólo las cosas malas, aprende a perder y a ponerte objetivos realistas.

- Autoimagen: ¿Qué opinión tienes de tu aspecto?

Descarta la perfección física y los criterios estrictos, descubre las cosas que te gustan de ti mismo y no magnifiques las que no te gustan, evita las comparaciones crueles, no te compares con los mejores ni con los que tienen más éxito. El aspecto físico no es tan importante, nuestra esencia va más allá del aspecto físico.

- Autoreforzamiento: ¿En qué medida te gratificas?

Saca tiempo para disfrutar, para las cosas que te gustan, activa el auto elogio y ponlo a funcionar.

- Autoeficacia: ¿Cuánta confianza tienes en ti mismo?

Elimina de tu vocabulario el no seré capaz, no seas pesimista ni fatalista sin fundamento, no predigas cosas terribles si no tienes pruebas, revisa tus objetivos, elimina los miedos irracionales y arriésgate.

Nos tenemos que respetar a nosotros mismos, empieza a ser amigo de ti mismo y quiérete!!!

Un beso a todos,

Mónica

domingo, 8 de noviembre de 2015

REFLEXIONES DE MÓNICA: LA GESTIÓN DE LOS CAMBIOS


Hola a todos, os dejo con un artículo que me pidieron que escribiera sobre la gestión de los cambios, ahí va!!

Un beso a todos,

Mónica

LA GESTIÓN DE LOS CAMBIOS

Cuando la vida nos plantea un cambio impuesto, es muy posible que nuestra primera reacción hacia este cambio sea de preocupación e inquietud por la incertidumbre de ¿hacia dónde nos llevará ese cambio?. Somos seres de costumbres, nos cuesta mucho salir de lo que conocemos, de nuestra zona de confort y en principio si no vemos un beneficio inmediato, no nos gustará ningún cambio que nos puedan plantear.

La realidad es que solemos tener miedo a los cambios, tenemos miedo a la incertidumbre de no saber ¿qué pasará exactamente y de cómo será nuestra nueva realidad?, tenemos miedo a las consecuencias del cambio.

- Las fases que solemos pasar en un cambio son las siguientes:

1. La no aceptación del cambio: No lo aceptamos y nos decimos a nosotros mismos que este cambio es imposible y que nada cambiará.

2. La rabia y la queja: Nos enfadamos con el mundo, con la organización y con todos cuando nos damos cuenta que el cambio sí que es real.

3. La resignación: Aceptamos el cambio pero no vemos ningún punto positivo a nuestra nueva situación.

5. La aceptación y el crecimiento: aceptamos el cambio, la desorganización inicial que supone y nos adaptamos al mismo, nos dejamos de quejar y crecemos.

- ¿Pero exactamente cuál es el origen del miedo a los cambios?

Exactamente el origen del miedo a los cambios es el siguiente:

1. Nos creemos que tenemos la habilidad de predecir el futuro y empezamos a predecir ¿cómo será nuestra situación con el cambio inminente que nos proponen?. El problema es que estas predicciones suelen ser catastróficas y terribilizadoras, nos avanzamos a lo que pasará y en negativo.

2. Exigimos garantías de seguridad y bienestar que no siempre conseguiremos. Tenemos miedo de perder el control de nuestra vida, queremos controlarlo absolutamente todo y sentir la falta de control nos causa angustia.

3. Solemos pensar que no seremos capaces de resistir el cambio ni de hacer las nuevas tareas que nos están proponiendo. Tenemos miedo de no estar a la altura de las circunstancias.

Sentir incomodidad e incertidumbre delante de un cambio es normal, el problema viene cuando alimentamos estos miedos.

- ¿Qué podemos hacer para hacernos más fuertes a los cambios?

1. Dejar de hacer predicciones terribilizadoras, no tenemos ninguna evidencia real de muchos de los pensamientos catastróficos que nos invaden.

2. Rebajar nuestras exigencias y transformarlas en preferencias. Sería altamente preferible tener garantías de seguridad y bienestar en nuestra vida, pero la realidad es que no siempre las tendremos. Hay cosas que se nos escapan, no podemos controlarlo todo, tenemos que valorar lo que podemos cambiar y lo que no podemos cambiar, aquello que no podemos cambiar no nos quedará otra que aceptarlo.

3. Aceptar que cambiar del estado A al estado B implica desorganizarse para volver a estructurarse en un nivel diferente y esto no es sencillo. Cualquier cambio comporta incomodidad, pero podemos soportar esta incomodidad.

4. Confiar más en nosotros mismos, somos más capaces de lo que nos pensamos y no tenemos que tener miedo a hacer las cosas mal porque no somos perfectos, para aprender nos tenemos que equivocar. Tenemos que dejar de valorarnos a nosotros mismos por lo que hacemos, todos nosotros somos mucho más de lo que hacemos.

5. Es interesante rodearse de gente optimista y con fuerza, quejarnos o criticar a los otros no nos lleva a ningún sitio.

6. Fomentar vías de comunicación, no tener miedo de comunicarnos con nuestros superiores y manifestar nuestras opiniones.

7. Aprender a aceptar, aceptar que no todo en la vida sale como nosotros queremos y que una adversidad puede ser una oportunidad de crecimiento y aprendizaje.

Y lo más importante de todo es que no nos tenemos que olvidar que el factor más importante dentro de un proceso de cambio son las personas.

Un texto que es muy apropiado para el tema de los cambios es el del "Roble y el junco" de la Fontaine.

El roble y el junco – La Fontaine

Cuentan que una vez crecieron juntos un junco y un roble. Al cabo del tiempo el roble se hizo un enorme y engreído árbol que menospreciaba al junco burlándose de esta manera:

 ¡Qué pequeño y débil eres!. Ni siquiera tienes ramas y tu tronco no aguantaría ni un cuarto de kilo. Yo, sin embargo, soy grande, tengo poderosas ramas y mi tronco es mil veces más robusto que el tuyo. No sé ni siquiera por qué te hablo.

El junco ni se inmutaba ante tales palabras, mas se entristecía por la actitud de su compañero.

Un día un tornado arrasó la comarca y mientras que el roble se oponía a la virulencia del aire con todo su vigor, el junco se plegaba. Tan fuerte era el tornado, que terminó arrancando el roble.

Cuando llegó la calma, el junco se mantenía en pie porqué no se opuso frontalmente a la enorme fuerza que les atacaba, sino que la supo eludir, mientras que el roble cayó por creerse invulnerable, terminando por convertirse en leña para los leñadores. Al verlo el junco se decía:

– Tanta vanidad y soberbia ¿de qué te han servido? Tu inflexibilidad ante el tornado te ha llevado a tu propia caída.

domingo, 1 de noviembre de 2015

REFLEXIONES DE PILAR G: LA MENTE DEL VIAJERO


Hace unos días estuve viendo algunas fotos de la primera vez que viajé a Roma, de esto hace ya muchos años. Al verlas, recordé con cariño los paseos por sus angostas calles, el barullo de sus abarrotadas plazas, el ruido del agua de sus monumentales fuentes, las interesantes visitas a sus museos, el placer de degustar sus deliciosos helados, las divertidas conversaciones con sus habitantes… Roma es una ciudad llena de encanto que me cautivó desde el primer instante.

Imaginaos que al volver a casa tras mi viaje, me hubiera deprimido por no haberme podido traer a Madrid la Fontana di Trevi, el barrio del Trastévere o el Coliseo, convencida de que sin volver a contemplar esas cosas tan maravillosas nunca lograría ser feliz. 

Esto que puede resultar absurdo es justamente lo que hacemos con todo lo que nos gusta mucho en la vida, es decir, transformamos mágicamente algo placentero y gratificante en algo necesario y, en consecuencia, nos llenamos de ansiedad ante la posibilidad de no conseguirlo, pero aunque lo consigamos, el miedo a perderlo nos impedirá disfrutarlo plenamente. Y si al final acabamos perdiendo eso que creemos necesario para nuestra felicidad, nos deprimiremos.

Gozaríamos de una existencia mucho más relajada si caminásemos por la vida igual que un viajero, es decir, disfrutando al máximo de todo lo que tenemos a nuestro alcance en cada momento, pero sabiendo que en algún día se acabará y que cuando eso ocurra no importará demasiado, porque no lo necesitamos para encontrarnos emocionalmente bien.

En definitiva, es fundamental para nuestra salud mental aprender a coger y, sobre todo aprender a soltar, porque no olvidemos que todo es pasajero y, por lo tanto, debemos fluir con el devenir de las cosas, disfrutando de lo que nos ofrece la vida pero sin aferrarnos neuróticamente a nada ni a nadie.