La mayor parte de la gente cree que los celos son un problema de inseguridad en uno mismo, de baja autoestima, pero he comprobado en mí mismo y con cientos de pacientes que no es así. Los celos son un problema de excesiva monogamia.
Si pensamos que las relaciones sentimentales se sustentan ¡necesariamente! en la fidelidad, seremos hipercelosos. Esto es, sólo podremos disminuir los celos si somos capaces de aceptar que el sexo no es tan importante y que, por lo tanto, podríamos tolerar una infidelidad.
Noelia, la celosa de las miradas, no podía ni siquiera imaginar que su novio estuviese con otra. Para ella, esa traición la desgarraría por dentro; sería una humillación tal que no podría soportarlo. Había desarrollado una mística del sexo (en pareja) exagerada como si una infidelidad fuese una violación de un templo para fanáticos del Islam.
Para comprender mejor los celos en pareja podemos pensar en los celos de los niños porque se trata del mismo fenómeno. Cuando un pequeño odia la posibilidad de tener un hermanito lo hace porque cree que va a suponer una disminución del amor de sus padres.
Éstos tratan entonces de convencerle de que hay amor para todos y que el nuevo hermano será un beneficio para él: tendrá alguien al que amar, con quien jugar y compartir la vida, un amigo para siempre.
De esa misma forma, los hipercelosos se han de dar cuenta de que:
a) Todos tenemos una inmensa capacidad de amar, a nivel sentimental o sexual. Es decir, hay amor para todos.
b) Podemos salir beneficiados de una infidelidad.
[Antes de seguir, tengo que hacer un apunte aquí. El trabajo de apertura mental que llevamos a cabo para disminuir los celos se trata de una tarea mental. Podemos seguir siendo monógamos y tener pactos de fidelidad, pero se trata de relajar la terribilitis que nos invade acerca del tema. Si conseguimos aceptar mentalmente la poligamia, reduciremos los celos y podremos ser unos monógamos serenos y felices].
Todo es de todos
En ocasiones, llevo a cabo un pequeño ejercicio para disminuir, en el momento, la emoción de los celos en un paciente. Recuerdo cuando lo practiqué con Matías, un paciente de veinticuatro años que salía con una jovencita de dieciocho llamada Rosa. Matías empezó diciéndome:
- Rafael. Ayer tuve un ataque de celos. Fuimos mi novia y yo a visitar a un amigo con el que quiero montar un negocio. Y ella, que es a veces “demasiado femenina”, ¡se puso a flirtear con él!
- Vaya. ¿Crees que tenía intención de seducirle? –le pregunté.
- No, ¡qué va! Es que ella es muy femenina. Le encanta saber que gusta, pero nada más. Sé que no lo haría nunca. –me aclaró.
- Pero te supo mal, ¿verdad? –indagé.
- Sí, en cuanto salimos de casa de mi amigo, tuvimos una discusión del quince y perdí los papeles. ¡Y todavía estoy rabioso!
- Vale, Matías. Vamos a hacer un ejercicio para disminuir los celos. Imagínate, en primer lugar, que Rosa efectivamente hubiese seducido a tu amigo y que hicieron el amor. ¿Puedes verlo? –le planteé.
- ¿Qué me estás diciendo? ¿Y eso me va a hacer bien? –me preguntó alzando la voz, aunque al mismo tiempo reía, pues conocía mis métodos y confiaba en ellos. De hecho, a esas alturas de la terapia estaba muy cambiado.
- ¡Sí, venga! Imagínatelo. Visualízalo un momento.
Matías cerró los ojos, arrugó la cara como quien se está comiendo un limón, y pensó en ello. Al cabo de unos segundos, me dijo:
- ¡Qué horror! ¡Qué cosas me haces hacer!
- Pues ahora, Matías, viene lo mejor. Imagínate que tú justo después le haces el amor a tu amigo y ¡tienes un gran orgasmo! –le dije repentinamente
- ¿Qué dices? ¡Pero eso no lo puedo imaginar! ¡Se te ha ido la olla! – dijo riendo y poniendo todavía más cara de limón.
El resultado de este ejercicio es siempre sorprendente: a las personas les disminuyen inmediatamente los celos. Lo cual demuestra que esta fea emoción está basada en la posesividad.