La siguiente conversación, con amigos o conocidos, se ha repetido
unas cuantas veces desde que terminó la Semana Santa:
-Hola
Pilar, ¿qué tal? ¿Qué has hecho estos días?
-Nada.
-¿Nada?
Hombre, algo habrás hecho, ¿no?
-Bueno,
sí, algo he hecho: descansar.
En todas las
ocasiones he acabado contestando: “descansar” porque de esta manera el que
pregunta se queda más tranquilo y deja de insistir, ya que imagina que
para desconectar de la rutina he hecho cosas como pasear, salir a tomar
algo, leer, ir de excursión, ver una película, visitar una exposición… Sin
embargo, aunque estos días festivos he descansado, la mayor parte del
tiempo no he hecho nada de eso.
Y es que en nuestra
sociedad no hacer nada o, lo que es lo mismo, hacer nada, tiene mala prensa,
el aburrimiento y la inactividad son vistos como algo muy negativo, de hecho,
algunos padres, a modo de castigo, aíslan a sus hijos pequeños durante
cierto tiempo en una habitación sin juguetes y sin ningún tipo de estímulo.
De este modo, están transmitiendo a los niños que estar tranquilo y sin hacer
nada es malo, en lugar de hacerles ver que aburrirse es placentero y una
estupenda oportunidad para desarrollar su creatividad y su imaginación.
Cuando yo afirmo que
no he hecho nada durante la Semana Santa, me refiero a que he dedicado la
mayor parte de mi tiempo a estar tranquila, en calma, en definitiva, a aquietar
la mente. Me he sumergido de lleno en el momento presente, en el aquí y el
ahora, con el propósito de tomar más consciencia de todo: de mi propia
existencia, de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mis sensaciones, de mis
emociones, de mis actos y de todo cuanto me rodea, ya sean cosas inertes o
seres vivos.
Es un ejercicio que
me gusta hacer porque me permite conectar con mi “auténtico yo”,
ese que nada tiene que ver con logros ni con cualidades físicas o
intelectuales, ni tampoco con creencias o sentimientos, ese “yo” que
comparto con el resto de los mortales, que me une a ellos y que nos hace a
todos iguales y valiosos. Tomar contacto con mi esencia hace que aprenda a
quererme a mí misma sin condiciones, simplemente por el hecho de estar viva
y de ser un ser humano.
Esta práctica
introspectiva no solo favorece el autoconocimiento y el amor
incondicional por nosotros mismos y por los demás, sino que también ayuda a relajar
el cuerpo y a apaciguar la mente, estimula la creatividad y contribuye a la
planificación de futuros proyectos.
Por desgracia, hoy
en día estamos muy conectados con el exterior, pero estamos muy poco o nada conectados
con nuestro interior. La vida tan ajetreada que llevamos nos distrae de lo
verdaderamente importante, por eso conviene buscar momentos de soledad,
silencio e inactividad, porque solo en esas condiciones es posible encontrar el
bienestar interior, por cierto, mucho más placentero que cualquier
distracción externa.
Yo os animo a que
experimentéis el placer de hacer nada. Aunque he de deciros
que si sois de los que siempre estáis buscando cosas que hacer para estar
entretenidos, al principio permanecer desocupados os resultará algo desagradable,
ya que os enfrentaréis a una molesta sensación de vacío y a la impresión
de que estáis perdiendo el tiempo. Sin embargo, si permanecéis en esa
situación, poco a poco, la incomodidad desaparecerá y surgirá el inmenso
placer de descubrir vuestra propia naturaleza y de conectar con ella.