
Hemos visto que los seres humanos, cuando nos adentramos en una fase neurótica, nos volvemos ultra exigentes. De hecho, ésa podría ser una buena definición de neurosis: volverse demasiado demandante con uno mismo, con los demás y con el mundo. A eso también lo llamamos “no-lo-puedo-soportitis”. Nos quejamos y nos lamentamos por muchas cosas. Por ejemplo: “No tengo pareja, ¡joder!, soy un desastre y mi vida da pena!”.
En esos momentos, parecemos uno de esos judíos ultra-ortodoxos que se ven en las imágenes de Jerusalén con esos sobreros negros y el pelo en tirabuzones. ¡Alzamos la Biblia y la dejamos caer sobre nuestra propia cabeza!
Ese machacarse a uno mismo, llorar y ver las cosas realmente negras es la madre del cordero. No nos damos cuenta de que lo hacemos, pero vive Dios que es así. Cuando cambiamos nuestra filosofía de vida y no nos permitimos ese auto-diálogo criminal, gradualmente, vamos recuperando la fortaleza.
Pero en este capítulo vamos a estudiar una queja más aguda, todavía más definitoria de la neurosis. Digamos que se trata de una queja especial, más elevada, que complica el asunto y que sólo los psicólogos más experimentados suelen captar y solventar. Y es propia de las personas que están en un periodo más negro. La llamo “la reina de las neuras”.
Se trata de quejarse no porque nos pasa esto o lo otro, no porque “me faltan tetas” o porque “tartamudeo”… sino por el propio hecho de “estar mal”. Esto es, quejarse de sufrir psicológicamente: de estar triste o ansioso. La persona, por ejemplo, se levanta así por la mañana, quizás sin ninguna causa detonante, y el malestar continúa durante todo el día o incluso crece. ¡Qué rollo tener que trabajar así! o, peor todavía, tener que pasar el rato con la familia: sonreír, seguir conversaciones, aparentar buen ánimo.
Se trata de un lamento peculiar porque:
a) No hace referencia a algo externo que, en principio, podría ser directamente resoluble como “estar solo”, “estar gorda”. ¡No podemos trabajar para cambiarlo! Simplemente, estamos mal porque nuestro maldito cerebro no funciona como debería y ni siquiera los psicofármacos lo remedian.
b) Existe la creencia irracional de que las personas “normales” no tienen esos bajones sin razón con lo cual, somos unos frikies insoportables por tenerlos.
Una paciente llamada Laura, joven médica, inteligente y divertida, lo describía así en su diario:
“Hoy tengo que ir a comer con mis padres y no tengo ninguna ganas de ir. Lo que sucede es que no estoy bien y todo me cuesta más en esos momentos. Estoy irritable, negativa, ansiosa y con este bajón, ¿cómo voy a hacer el papelón en casa? ¡Demonios, no soy una persona normal! ¡Tener esto es la peor enfermedad que hay porque no puedo interactuar con los demás! Cuando tenga novio, ¿cómo diablos voy a estar con él con estos bajones si sólo me apetece encerrarme en mi habitación y no hacer nada? ¡No voy a poder tener pareja! ¿Qué va ser de mi vida?”
La descripción continuaba varios párrafos más con ese pronóstico tan negro. Claramente, terribilizaba sobre el propio malestar. Cuando lo repasamos días más tarde, en la consulta, Laura reconoció que exageró:
- Laura sí era una persona “normal”, aunque por ahora tuviese esos bajones de vez en cuando. Tres de cada diez personas los tienen. Por lo tanto, se trata de un fenómeno bastante corriente. Desde un punto de vista objetivo, nos guste o no, nuestra sociedad es así en la actualidad y haremos bien en acostumbrarnos a eso porque la tendencia no va la baja sino todo lo contrario. La normalidad, cada vez más, es esa: el ser humano moderno es culto, pero neurótico.
- Llegué a conocer bien a Laura y os puedo decir que era una persona maravillosa. Personalmente, ¡me encantaba! Era una profesional fantástica, muy divertida y tenía mil virtudes al margen de esas “neuras”. ¿Cómo podía decir que no iba a poder mantener a una pareja? De hecho, era una chica a la que no faltaban pretendientes y a lo largo de la terapia empezó a salir con un chico que prácticamente la idolatraba. ¡Sí, incluso con sus neuras!
- Por medio de los registros que hacía Laura para la terapia, pudimos comprobar que Laura sólo tenía algunos días malos. La mayor parte de la semana estaba mucho mejor y en esos momentos, era una persona deliciosa, divertida que hacía felices a los demás.
En definitiva, el malestar de Laura no era tan malo como ella se decía en esos momentos. Esa terribilitis en la que incurría por encontrarse mal a nivel psicológico sólo hacía que amplificar el malestar psicológico y hacerlo durar mucho más tiempo del razonable.
Si conseguimos tener una mirada más objetiva y racional de esos momentos, dejaremos de verlos como “insoportables” para darnos cuenta de que no son tan malos. Son un poco desagradables, pero no más que tener migrañas o artritis. Con esas dolencias podemos ser felices, podemos mejorar nuestra vida y hacerla maravillosa en muchísimos aspectos. ¡Por supuesto que sí!
Laura aprendió a que, en los momentos de depre o de ansiedad, podía:
- Trabajar y avanzar en proyectos de investigación apasionantes en los que estaba metida. Sí, con el malestar a cuestas podía ir a su despacho, abrir el ordenador y dedicar una jornada de trabajo extra larga. ¡Total, ya que no podía disfrutar mucho de los placeres de la vida en esos momentos, mejor dedicarse a hacer algo útil! Al día siguiente o a la semana siguiente se alegraría mucho del progreso.
- Podía acudir a las reuniones familiares. ¡Claro que sí! Se tenía que esforzar más, pero podía cumplir suficientemente y, de hecho, muchas veces, se olvidaba de su malestar y se sentía un poco aliviada.
- Hacer deporte. En esos momentos, especialmente si estaba un poco ansiosa, la mayor excitación nerviosa le daba mayores fuerzas para el jogging.
En definitiva, podemos decir que los seres humanos nos hacemos realmente fuertes cuando desarrollamos esta tolerancia al malestar psicológico. Tanto es así que yo les digo últimamente a mis pacientes que se tienen que ganar un “certificado de tolerancia al mal-rollo psicológico”. Con una hoja de papel apaisada, después de alguna práctica, dibujamos un título que dice:
El presente certificado acredita a:
Doña Laura Martínez Martínez con el título de tolerante al mal-rollo psicológico porque esos momentos son bastante corrientes en nuestros días y en nuestra sociedad. Porque no definen a la totalidad de la persona, sino solo a una parte. Y porque podemos hacer cosas útiles entre tanto que nos beneficiarán a todos.
Firma:
La Universidad de la Vida
Abrazos navideños!!
Rafael