lunes, 25 de julio de 2011

HISTORIAS DESDE LA CONSULTA MÉDICA: La transformación de Sara

Sara estaba en pleno proceso de separación. Tenía pruebas de que su marido se entendía con su secretaria, veinte años más joven que ella.
Rondaba la cincuentena y era una esposa mantenida, invertía su tiempo en masajes y gimnasios para conseguir una imagen más joven . Combinaba los pantalones de cuero negro con botas hasta la rodilla, usaba cinturón de pedrería y camisas entreabiertas con estampado de piel de leopardo que dejaban entrever su escote bronceado.
Confesaba que ella también era infiel a su marido, pero que eso  “no contaba” porque eran relaciones puntuales, siempre con parejas diferentes y pagando. En cambio lo de su marido era la ofensa más terrible e imperdonable que puede sufrir una mujer.


En guerra con el mundo
Ahora, su máxima preocupación era la liquidación económica relacionada con el divorcio derivado del desliz.  El patrimonio de su marido era tan colosal que aspiraba a vivir hasta el final de sus días como una reina. Estaba dispuesta a pelear, a mantener el enojo, a competir en el juego de ganadores y perdedores aunque ninguna ninguna batalla ganada en este terreno nos aporta la felicidad. Su odio le impedía escuchar, estaba dispuesta a llegar hasta donde fuera para conseguir el dinero y arruinar a su marido.


 Para mantener la energía que requería mantener las hostilidades necesitaba tomar ansiolíticos y antidepresivos que por otra parte le impedían procesar lo que estaba ocurriendo.


Vuelco vital
Sara acudió a la consulta para quejarse de lo mal que se sentía debido a las estratagemas de su marido, que había encontrado la manera de mostrarse insolvente, lo cual encendía todavía más su odio y su ira. Pidió que le tomaran la presión, estaba segura de que sus preocupaciones con el divorcio era la fuente de su malestar. La determinación mostró cifras excesivamente altas. Sara explicó que en su familia había muchos hipertensos y que su padre y su hermano mayor habían tenido quistes en el riñón y en el hígado. Tras un estudio más detenido se le diagnosticó una enfermedad hepatorenal hereditaria que le provocaba hipertensión e insuficiencia renal terminal. Precisaba diálisis.


 Sara no esperaba estar enferma y mucho menos el diagnóstico. El pronóstico de su enfermedad era fatal a medio plazo.


 El procedimiento de diálisis peritoneal lo podía realizar en casa en casa. Es un procedimiento diario, muy pesado, que consiste en hacer pasar varios litros de suero a través de un tubo que le conecta con el interior de su abdomen.


 Sara entró en contacto con el personal que le enseñó la técnica. Tuvo que estar en el hospital unos tres meses. Tuvo la oportunidad de conocer a los enfermos de la sección de nefrología. Nada había estado más lejos de Sara que la enfermedad. Las sesiones eran largas y se prestaba entablar conversación. Muchos eran más jóvenes que ella, algunos estaban peor, incluso alguno murió durante su estancia en la unidad de diálisis.
Durante este periodo no volví a visitarla.


Una nueva persona
Hace una semana la ví por primera vez después de todo lo sucedido. Entró sonriendo, su aspecto bastante desmejorado, no tenía nada que ver con aquella mujer que hubiera pactado con el diablo la eterna juventud. Iba vestida con una ropa ancha que le disimulaba el abdomen distendido, unas zapatillas que parecían muy cómodas y el pelo recogido con un pasador. 


 Me dijo que sus ideas habían cambiado. Ya no le importaba el dinero de su marido, tenía suficiente para substistir. Había abandonado los litigios. A pesar de que se divorció aseguró haber perdonado a su marido sin rencor. Lo vivió como una despedida en lugar de una lucha o una huida.


 En el hospital se había prestado voluntaria a enseñar a nuevos enfermos el procedimiento de dialisis en casa, incluso algunos truquillos que se había ingeniado para llevarlo mejor. Grabó en vídeo su experiencia y la técnica terapéutica para que fuera de utilidad para otros enfermos del hospital que iniciaran su mismo proceso.


 Me comentó que ya no necesitaba psicotropos para nada, se sentía más feliz que antes de caer enferma. Estando enferma había entablado una relación sentimental muy satisfactoria y aunque se había deteriorado físicamente y era portadora de un tubo conector que le salía por la barriga para ella ya era un simple detalle no importaba.


 Sara había venido sólo a saludarme, a decirme que se sentía feliz. Su enfermedad la cambió, se dio cuenta de que seguía viva, que otros estaban peor, que no es necesario tanto para vivir, que no era todo tan terrible y que podía ser feliz compartiendo sus experiencias con los demás e incluso podía iniciar una relación sentimental.


Un abrazo,
Gabriel

4 comentarios:

  1. Impresionante historia...gracias por compartirla con nosotros...

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  2. Estoy totalmente de acuerdo con Nuri, qué historia tan bonita y qué bien contada!!

    Un beso,

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  3. Sara fue afortunada, a su manera, claro. Es una suerte dar de bruces con una epifanía de este tipo, ser aplastada por la sencillez de la realidad. Quizá no sea necesario pasar por un proceso tan "doloroso", pero a mi la experiencia me ha demostrado que a veces, y solo a veces, para llegar arriba hay que pasar antes por abajo. Un beso y un placer leerte/os.

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  4. Francisco Forteza Truyols9 de mayo de 2014, 8:30

    Aquí vemos una vez más los beneficios de la enfermedad, del mal-estar . Uno de los beneficios más importantes es la humildad acompañada del vivir aquí y ahora.
    Salud y enfermedad.
    Un abrazo.
    xisco

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