domingo, 20 de diciembre de 2015

REFLEXIONES DE MONTSE: LA VERTICALIDAD DEL HORIZONTE

Hace apenas un par de semanas estaba en Nueva York. Una mañana, camino del Albert Ellis Institute me senté en la terraza de la Biblioteca Pública para tomar un café mientras disfrutaba de la placidez del parque a esa hora temprana. Al poco se acercó un señor y se sentó en la mesa de al lado. Tras los “buenos días” iniciamos conversación y al decirle que venía de España miró al cielo y con voz queda dijo: vosotros vivisteis el 11M, nosotros el 11S. Sin una palabra más, nos despedimos intercambiando una sonrisa tenue. Miré el cielo de Manhattan y era de un azul intenso.

Las palabras de aquel hombre pronunciadas bajo el paraguas de una mirada rebosante de solidaridad, se traducían en un simple “ya sabes” y me llevaron a pensar en la soledad emocional que experimentamos cuando ante un revés de la vida reaccionamos con un sentimiento rotundo de desamparo y muchas veces nos sentimos incomprendidos como si nuestra amargura fuera ajena al entendimiento del resto del mundo. Un vacío inescrutable, -que a veces es incluso físico-, se instala en nosotros y no acertamos a encontrar el camino hacia la salida. Descorazonados, nos parece que la vida continúa de forma más o menos amable para todos excepto para nosotros y pensamos que nos va a resultar imposible sobreponernos a lo que juzgamos como una completa desolación. Hacemos una correlación automática entre sucesos y consecuencias, que aunque puede resultar inevitable en el momento inicial, su mantenimiento en el tiempo dará lugar a un pensamiento intrusivo, tan obstinado que ni siquiera seremos conscientes de él, sólo de nuestra aflicción.

Cuando eso sucede hay una “zona cero” en algún lugar inidentificable de nuestro ser. Así es como nos sentimos. Percibimos nuestra realidad como un solar devastado en el que los proyectos e ilusiones de antaño han quedado calcinados y somos incapaces de vislumbrar un mínimo atisbo de esperanza. Nuestra capacidad de acción se nos antoja secuestrada por la intensa carga emocional y nos encontramos a merced de un diálogo interno que se empeña en sentenciar un futuro sombrío del que nos asegura que no podremos librarnos. En esas condiciones, tendemos a extrapolar un suceso desdichado a la totalidad de nuestra vida, saltando del “estoy pasando una mala racha” al “yo no tengo remedio y mi vida tampoco”. Se trata de la auto-condenación. Nos auto-condenamos a la infelicidad sin cuestionamos si lo que pensamos es necesariamente verdadero.

Puede que en un amago de supervivencia mental, busquemos respuestas en la teoría. Nos abalanzamos a la lectura de libros que creemos que nos resultarán útiles, con la sana pretensión de obtener los conocimientos necesarios para volver a experimentar la felicidad. ¡Descubrimos que existen herramientas! Sin embargo, suele sucedernos que la distancia entre el conocimiento y la acción se nos hace insalvable. Entonces pensamos que lo que funciona en la teoría no funciona en la práctica. Einstein decía que "La teoría es cuando se sabe todo y nada funciona. La práctica es cuando todo funciona y nadie sabe por qué".

Sea cual sea la circunstancia que estemos viviendo, para sobreponernos hay que empezar por contemplarla como lo que en verdad es: una circunstancia pasajera, no la totalidad de nuestra vida. Si nos encontramos en un sumidero desde el cual apenas nos atrevemos a levantar la vista, no nos ayudará bajar la cabeza y lamentarnos por lo que ha ocurrido y por dónde o cómo estamos. El “pobre de mí” nos mantiene anclados en la indolencia y no nos permite hacernos conscientes de que en cualquier páramo podemos volver a edificar una nueva vida. De nada sirve seguir contemplando el horizonte si lo vemos vertical. La presunta verticalidad de nuestro horizonte es el resultado de la fosilización de nuestras acciones, ya sean mentales o comportamentales. ¿Podemos empezar por ladear la cabeza para recuperar una perspectiva real de nuestra situación mirando solamente el presente? Una vez recuperada, estaremos en disposición de intervenir en nuestro presente para empezar a salir de ese vacío en el que se ha convertido nuestra vida como lo han hecho todas aquellas personas que han enfrentado sus tragedias.

¿En qué consiste ese “como lo han hecho”? La respuesta que hoy os traigo me la ha hecho llegar un hombre enamorado de la mar a quien desde aquí quiero agradecer este valioso regalo que merece ser compartido con todos vosotros. Se trata de la columna de Manuel Vicent que reproduzco a continuación y que fue publicada por el autor en 2004, días después del 11M. Vicent transmite de una forma bellísima el mensaje de que las desdichas, a pesar de azotarnos y amenazar nuestra estabilidad, son transitorias. Y que la sabiduría para lograr salir airosos es establecer metas cortas y realizables, aceptando que para llegar a buen puerto no hay más remedio que enfocar nuestro esfuerzo en recorrer tramo a tramo la travesía. Un mensaje maravilloso, pero sobre todo excepcionalmente útil para iniciar la tarea de reconstruirnos. Con los primeros logros nos sorprenderemos alzando la mirada para reconocer que el cielo vuelve a ser azul tras la tempestad.

Las Olas

El mar sólo es un conjunto de olas sucesivas, igual que la vida se compone de días y horas, que fluyen una detrás de otra. Parece una división muy sencilla, pero esta operación, incorporada a la mente, ha salvado del naufragio a innumerables marineros y ha ayudado a superar en tierra muchas tragedias humanas. Recuerdo haberlo leído, tal vez, en alguna novela de Conrad. Si en medio de un gran temporal el navegante piensa que el mar encrespado forma un todo absoluto, el ánimo sobrecogido por la grandeza de la adversidad entregará muy pronto sus fuerzas al abismo; en cambio, si olvida que el mar es un monstruo insondable y concentra su pensamiento en la ola concreta que se acerca y dedica todo el esfuerzo a esquivar su zarpazo y realiza sobre él una victoria singular, llegará el momento en que el mar se calme y el barco volverá a navegar de modo placentero.

Como las olas del mar, los días y las horas baten nuestro espíritu llevando en su seno un dolor o un placer determinado que siempre acaba por pasar de largo. Cuando éramos niños desnudos en la playa no teníamos conciencia del mar abstracto sino del oleaje que invadía la arena y contra él se establecía el desafío. Cada ola era un combate. Había olas muy tendidas que apenas mojaban nuestros pies y otras más alzadas que hacían flotar nuestro cuerpo; algunas llegaban a inundarnos por completo con cierto amor apacible, pero, de pronto, a media distancia de nuestro pequeño horizonte marino aparecía una gran ola muy cóncava adornada con una furiosa cresta de espuma que era recibida con gritos sumamente excitados. Los niños nos preparábamos para afrontarla: los más audaces preferían atravesarla clavándose en ella de cabeza, otros conseguían coronarla acomodando el ritmo corporal a su embestida y quienes no veían en ella una lucha concreta sino un peligro insalvable quedaban abatidos y arrollados.

Con cuanto placer dormía uno esa noche con los labios salados y el cuerpo cansado, abrasado de sol pero no vencido. La práctica de aquellos baños inocentes en la orilla del mar es la mejor filosofía para sobrevivir a las adversidades. El infinito no existe, el abismo sólo es un concepto. Las pequeñas tragedias de cada día se componen de olas que baten el costado de nuestro navío. La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale. Una sola ola es la que te hace naufragar. De esa hay que salvarse.

Manuel Vicent, 28 de marzo del 2004

Montse Rovira

www.trecseo.com

3 comentarios:

  1. Hola Montse:

    Extraordinaria reflexión en su contenido y en su forma.
    El conjunto de tu reflexión y tu planteamiento de las pequeñas metas cortas y realizables y el artículo que transcribes, a mí me ha recordado al método kaizen: pequeños pasos y pequeñas actuaciones para transformar y superar las situaciones angustiosas que se nos antojan insalvables.


    <>. ¡Qué gran reflexión y que bien expuesta! Gracias Montse por la aportación de tus contenidos.

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  2. Muy útil Mo para esas circunstancias en que la tormenta nos hace desconfiar de nuestras fuerzas para ir ola a ola venciéndola. Víctor Rey

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