sábado, 1 de octubre de 2011

Solo podemos disfrutar de lo que podemos prescindir

Esta es la historia de una chica hiper preocupada por adelgazar. Se le había metido en la cabeza que ser delgada era fundamental para su felicidad. “Si no soy delgada no puedo ser feliz”, se decía. Adelgazar mucho no era fácil porque el cuerpo de esa chica tenía cierta constitución amplia, pero se lo propuso con mucha fuerza, incluso con fiereza.


Al cabo de un tiempo, adelgazar lo era todo en su vida. Había concentrado su felicidad e infelicidad en eso, su goce de la vida cotidiana. Es lo que pasa cuando endiosamos algo: los demás bienes de la vida pierden color. Al final, ya no podía disfrutar de nada; nada la llenaba. Estaba obsesionada con el peso y eso era lo único de producirle placer en la vida. El cine, ya no le gustaba mucho; la música, no la podía apreciar...


Finalmente, hizo un buen ejercicio de renuncia y dejó a un lado el adelgazar. Como un monje que deja sus vestidos, trabajo, casa e incluso familia... ella abandonó su interés más preciado hasta entonces: su imagen física.


El otro día me escribió una carta. Vive en Nueva York y es una violonchelista de primera. Aprendió a apreciar la música, el arte, la amistad, el amor... y tantas otras cosas maravillosas que hay en la vida. Y, me dice, que fue precisamente aprender a renunciar lo que le abrió la puerta a apreciar la vida con mayúsculas; esa que se encuentra en todas las cosas, pequeñas y delicadas, armónicas y benéficas: reparadoras.


Recordemos que solo podemos disfrutar de lo que podemos prescindir.
Abrazo, Rafael
Por cierto, de banda sonora de este post os propongo esta canción que me ha enviado una paciente encantadora (a la letra no hay que hacerle mucho caso).


http://www.youtube.com/watch?v=iR6oYX1D-0w

No hay comentarios:

Publicar un comentario