domingo, 17 de febrero de 2019

REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: LAS EMOCIONES (2ª PARTE)



Decidir sentir abiertamente lo que sentimos en cada momento (por muy incómodo e intenso que sea), nos permite, al fin, abandonar la lucha Contra las emociones que nos desagradan y, en consecuencia, dejar de buscar fuera de nosotros el modo de suprimirlas.

Desde la tranquilidad que proporciona esta decisión, podemos mirar hacia dentro e identificar las creencias que están detrás de esas emociones y transformarlas en otras nuevas creencias que generarán emociones mucho más suaves, por ejemplo, en lugar de sentir ansiedad, depresión, rabia o culpa, sentiremos inquietud, tristeza, enfado o pesar.

Saber esto, ponerlo en práctica y ser capaces de manejar nuestras emociones a través de la transformación de nuestros pensamientos, hace que nos sintamos contentos, orgullosos de nuestra evolución personal y, en cierto modo, también superiores a otras personas que no parecen haber alcanzado todavía nuestro nivel de “madurez emocional”.

Sin embargo, tarde o temprano, reaparecerá alguna de esas emociones tan temidas que creíamos superadas y comenzarán los reproches, los sentimientos de culpa y el autodesprecio: “¿Cómo es posible que me sienta así?”, “A estas alturas debería poder controlar mis emociones”, “Algo no debe estar bien en mí”, “Las personas psicológicamente sanas y equilibradas no sienten esto”, “Nunca conseguiré sentirme completamente bien”…

En este punto del proceso de desarrollo personal es frecuente el rechazo de determinadas emociones, no tanto por la incomodidad que suponen o por el miedo a vernos sobrepasados por su intensidad, como por la creencia de que sentirlas nos resta valía como personas, nos hace ser menos.

Caemos en la trampa del perfeccionismo emocional, o lo que es lo mismo, pensamos equivocadamente que somos mejores si nunca sentimos emociones “inadecuadas” como ansiedad, depresión, vergüenza, culpa, ira…, y que, por tanto, experimentarlas nos convierte en insuficientes, defectuosos o incompletos.

La aparición de estas emociones no demuestra que poseamos menos valor (la valía personal no radica en lo que hacemos, tenemos o sentimos), pero sí nos revela, por un lado, que hay algo en nuestro interior que pide ser atendido y, por otro lado, nos recuerda nuestra condición humana.

Cualquier emoción exagerada siempre es un aviso de que hay algún pensamiento irracional al que le estamos dando credibilidad, pese a no ser cierto. Esa emoción nos ofrece la oportunidad de revisar nuestro diálogo interno y de cambiarlo, de ahí la importancia de no rechazar las emociones y de estar atentos a lo que nos tienen que decir.

Asímismo, las emociones son una muestra de la naturaleza humana, la cual entraña la capacidad de sentir una inmensa variedad de emociones. NADIE, por mucho equilibro mental que tenga, está exento de sentir emociones, ya sean deseadas o indeseadas, aunque, como vimos en el post anterior, no necesitamos que sea de otra manera para estar en paz con nosotros, con los demás y con el mundo.



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