"Tener
un hijo es lo único bueno de la vida", "Sin pareja la vida no merece
la pena", "La salud lo es todo", "Si no trabajo en lo que
me apasiona, nunca podré realizarme", "No seré feliz hasta que en mi
vida no haya tantos problemas"... Estos son algunos de los
muchos pensamientos que surgen de la
mente cuando delegamos en lo externo nuestra responsabilidad de ser felices.
Un
hijo, una pareja, la salud, un trabajo, la comodidad o cualquier otra cosa que se encuentre fuera de nosotros lo máximo que
puede ofrecernos es una felicidad en
minúsculas, muy pequeña, poco satisfactoria y que, tarde o temprano,
quedará eclipsada por el miedo a perder
el objeto de nuestra felicidad y por la decepción de no sentirnos completamente
llenos, de hecho esa sensación de vacío será cada vez más acuciante. Es como
si pretendemos calmar la sed bebiendo agua salada, no solo no nos saciaremos,
sino que nos sentiremos cada vez más sedientos.
Por
otro lado, la FELICIDAD con mayúsculas
es cualitativamente distinta y solo puede provenir de nuestro interior. Lo que sucede es que, por lo general,
únicamente conocemos la felicidad que procede de fuera. Confundimos los momentos
de diversión, de entretenimiento, de distracción o de euforia con la FELICIDAD,
por eso se dice a menudo que no es posible ser constantemente feliz y que la
felicidad se compone de pequeños momentos. Sin embargo, la FELICIDAD no es una emoción, es un estado de paz, de silencio
interior, de plenitud, que existe al margen de lo externo.
Independientemente
de lo que esté ocurriendo en nuestra vida, ahora mismo podemos ser plenamente
felices, no tenemos que conseguir nada ni tampoco cambiar ningún aspecto de
nuestra vida. El único obstáculo que nos
impide ser auténticamente felices somos
nosotros mismos, porque nos contamos
(y creemos) la historia de que no conseguiremos estar bien hasta que los demás
cambien o nuestras circunstancias vitales mejoren.
Este preciso instante, al igual que
cualquier otro, es perfecto para conectar con ese espacio interno de quietud
que siempre nos acompaña y al que podemos acceder en cualquier momento y situación. Una vez instalados en ese estado de
libertad y sosiego, podemos fijarnos cuantos objetivos vitales queramos con el
único propósito de disfrutar del proceso y no con la esperanza de que los
resultados deseados nos conduzcan a una FELICIDAD que ya experimentamos.
Un hijo, una pareja, el éxito profesional, el dinero, la
salud, un físico agradable, unos estudios, una vida interesante o un trabajo
vocacional, podrían ser algunos de los muchos objetivos susceptibles de proporcionarnos una gran satisfacción, pero incapaces
de conectarnos con la auténtica FELICIDAD.
Es curioso
que la mayoría de nosotros nos
conformamos con pasar la vida persiguiendo un sucedáneo de felicidad que
creemos que alcanzaremos cuando tengamos esto o lo otro, o más de esto o más de
lo otro. Como se suele decir, preferimos lo malo conocido que lo bueno por
conocer, en este caso, el sufrimiento
que conlleva la búsqueda de la felicidad en lo externo es lo malo conocido y la
FELICIDAD que todos llevamos dentro es lo bueno por conocer.
En
definitiva, ser FELIZ o no serlo es una
decisión personal, la única verdaderamente importante que tomamos en toda
nuestra vida. Se trata de elegir si apostamos por una felicidad superficial,
efímera e inseparable del sufrimiento o si nos permitimos mirar hacia nosotros
mismos y abrirnos a una FELICIDAD
profunda y duradera, desde la que experimentar una existencia mucho más plena.
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