Hace unas semanas asistí a una
conferencia sobre el estrés. Cuando llegó el momento de las preguntas, una chica comentó que ella vivía permanentemente estresada, no
porque tuviera demasiadas obligaciones en su vida, sino porque quería aprovechar tanto su
tiempo libre que cargaba su
agenda con un sinfín de actividades de ocio, eso la obligaba a salir a toda
prisa de una para llegar a tiempo a la siguiente (de hecho llegó tarde y
corriendo a la conferencia).
El ponente le respondió que no
debía preocuparse por ello, porque en su caso el
estrés lo originaba el deseo de hacer muchas actividades
que ella misma había elegido y
que además disfrutaba haciendo,
y que por lo tanto, eso no suponía ningún problema.
Yo discrepo: el
estrés continuado, independientemente de que lo cause el ocio o la
obligación, es perjudicial
para la salud y a la larga
siempre pasa factura. Esta chica, al igual que le sucede a muchísimas
personas, pretendía "aprovechar" al máximo su tiempo intentando hacer
muchas más cosas de las que podía. A menudo realizamos nuestros quehaceres
apresuradamente, con el único propósito de quitárnoslos de encima, conseguir el
resultado lo antes posible y así poder pasar a otra cosa. Si revisamos nuestra lista de actividades, comprobaremos
que hay muchas que podemos suprimir. Es conveniente establecer prioridades y hacer menos cosas pero hacerlas
relajadamente, con entusiasmo y,
sobre todo, disfrutando.
Con frecuencia buscamos tener ocupadas todas y
cada una de las horas del día, para así evitar el tan temido aburrimiento.
Hay muchas personas que si pasan un rato sin hacer nada, se sienten culpables
porque consideran que pierden el tiempo, pero disfrutar
de nuestra propia compañía en silencio, lejos de ser algo malo y aburrido, es muy saludable porque nos ayuda a descansar, a
relajarnos, a comprender el pasado, a proyectar el futuro, y a desarrollar la
imaginación y la creatividad. Si no estamos acostumbrados a experimentar la
sensación de no hacer nada, quizá al principio nos resulte un poco incómodo y
aburrido, pero en cualquier caso, el
aburrimiento nunca ha matado a nadie.
Hay muy pocas situaciones
realmente estresantes, en la mayoría de los casos, el estrés nos lo provocamos nosotros mismos
porque nos sentimos incapaces de estar a la altura de las exigencias que nos
imponemos: ser padres perfectos, excelentes profesionales, buenos amigos,
hijos ejemplares, saber muchos idiomas, ganar más dinero, tener una vida
interesante, alcanzar un determinado estatus social, tener la casa impecable... Para lograr todo esto nos faltan
horas en el día y energía.
Vivimos en una sociedad
que fomenta la competitividad y la
eficacia, y eso nos
empuja a aumentar el nivel de autoexigencia. Creer, equivocadamente,
que más es mejor, hará que entremos de lleno en la espiral de la
hiperexigencia. Para llegar a
ser súperhombres o súpermujeres, tendremos
que marcarnos expectativas cada
vez más altas e imposibles de conseguir, lo que nos generará
más estrés e insatisfacción.
Hay que salir de ese
círculo vicioso cambiando las exigencias por preferencias y aceptándonos a
nosotros mismos como seres imperfectos y falibles. Tal vez
no seamos, por ejemplo, los mejores padres del mundo ni tampoco unos
trabajadores modélicos, pero no necesitamos ser perfectos en todo lo
que hagamos para llevar una vida tranquila y plena, basta con hacerlo
honestamente y lo mejor que podamos.
Si nos liberamos de la
prisa y de la hiperexigencia, conseguiremos disfrutar de todo aquello que
hagamos y desterraremos para siempre el estrés de nuestras vidas.
Que cierto!
ResponderEliminary en el trabajo donde más favorecen conductas de exigencia y competitividad.
y ha los que nos cuenta nos vemos "ahogados"