En nuestro día a día necesitamos a los demás para un sinfín cosas: para
que fabriquen los teléfonos que utilizamos, para que nos lleven en avión, para
que nos intervengan quirúrgicamente, para que nos faciliten los alimentos que
comemos, para que construyan las casas en las que vivimos, etc., etc. En cambio,
para alcanzar el bienestar emocional, no
solo no necesitamos a nadie, sino que la soledad se hace imprescindible.
Con esto me refiero a que
únicamente cada uno de nosotros en un estado de recogimiento y soledad puede despertar su amor por la vida,
comprometerse a vivirla con pasión, implicarse en el momento presente, apreciar
la existencia, no quejarse de nimiedades, disfrutar intensamente de las
pequeñas cosas y ser consciente de que en su interior ya tiene todo para ser
feliz. ¿Cómo podría alguien hacer
todo esto por nosotros?
No hay por qué tenerle miedo a la soledad, sino
todo lo contrario, abrazarla nos permitirá además de descansar el cuerpo y la
mente, desarrollar nuestra creatividad. Pero lo más importante es que si le damos la bienvenida aflorará en
nosotros el estado natural del ser humano, que no es otro que el de
tranquilidad, serenidad y armonía.
Paradójicamente, en ese estado de sosiego el sentimiento de
soledad desaparece. Esposible que de manera puntual echemos de menos a
alguien en concreto, pero no nos deprimiremos porque esa persona no esté a
nuestro lado, ya que sabemos que la plenitud procede de nuestro interior y que,
por tanto, no nos la podrá proporcionar ni la mejor de las compañías. Esto no significa que despreciemos lo que
los demás pueden ofrecernos: afecto, apoyo, complicidad, colaboración, amistad…,
sino simplemente que no lo necesitamos para ser felices.
Si, por el contrario, percibimos la soledad como algo terrible de lo
que es preciso escapar, perseguiremos
desesperadamente la compañía de otros para mitigar nuestra sensación de soledad
y vacío, sin embargo, esto no solo
no nos aportará la plenitud que buscamos, sino que nos alejará de ella,
porque cada vez estaremos
más ansiosos, insatisfechos, vacíos, con miedo a ser abandonados y con la
sensación de no ser suficientemente queridos y valorados por los demás.
Es innegable lo reconfortante que resulta estar rodeados de
una estupenda familia y de unos buenos amigos con los que compartir nuestro
tiempo de ocio, nuestras penas, nuestra alegrías…, pero
por muy maravillosos que sean, nunca conseguirán hacernos felices si no lo
somos ya. Cada uno debe asumir la responsabilidad de sentirse bien y no
delegarla en los demás, porque no olvidemos que nadie tiene el poder de hacer feliz a nadie, por mucho empeño que
ponga en ello.
Así pues, todos y cada uno de nosotros estamos solos en el camino hacia la paz
interior, no puede ser de otra manera. Tal vez nos guíe un psicólogo o
determinadas lecturas, o quizá lo recorramos junto a otras personas que también
se encuentren en un proceso de crecimiento personal pero, en cualquier caso, es un viaje interior que nadie puede hacer
por nosotros y que tiene su punto de partida en el estado de soledad.
Por tanto, veamos la soledad no como algo negativo que
hay que intentar erradicar de nuestra vida a través del contacto con otras
personas, sino como algo positivo y
necesario que hay que trascender para alcanzar el más fascinante de todos los
propósitos vitales: la paz interior.
BELLISIMO RESUMEN
ResponderEliminarOJALA QUIENES LO LEAN SE SIENTAN RECONOCIDOS/RECONOCIDAS EN EL, COMO YO, EN PLENO CAMINO!
GRACIAS
Muy buena reflexión. Creo que a casi todos nos asusta un poco la palabra y el ejercicio de la soledad. Pero cuando te toca estar solo, poco a poco vas comprendiendo el valor de estar contigo mismo ...a solas.
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