Los que practicamos la psicología cognitiva solemos decir que el
propósito de esta terapia es conseguir ver la vida con los mismos ojos que la
perciben muchas de las personas que han superado una grave enfermedad o que han
sobrevivido a un accidente, pero sin tener que pasar por ninguna de esas
situaciones.
Yo soy partidaria de aprender de todo lo que nos pasa en la
vida, sobre todo de las adversidades. Son muchas las personas que han sufrido
una enfermedad grave o un desafortunado accidente y que han aprovechado esa
circunstancia para crecer emocionalmente. ¿Cómo lo hacen? Cambiando su escala
de valores, apreciando lo que tienen, no quejándose por lo que han perdido y
disfrutando del presente.
Veamos con un poco más de detalle algunas de las muchas
enseñanzas que podemos extraer de este tipo de experiencias:
-Lo primero que aprendes cuando te sucede algo así es a ser
humilde. Tomas consciencia de tu fragilidad como ser humano, de lo
insignificante que eres y de lo poco importantes que son las cosas que haces.
Mañana podrías estar muerto y todo seguiría su curso: tus seres queridos
sentirían una profunda tristeza durante algún tiempo y te echarían de menos pero
seguirían con sus vidas, otra persona desempeñaría tu trabajo, el sol saldría y
se pondría cada día, la tierra continuaría girando alrededor del sol, se
sucederían las estaciones, los años, la vida…
-Despiertas de la fantasía de inmortalidad en la que vives,
sabes que todos nos tenemos que morir, pero no te lo acabas de creer. Tienes la
sensación de que morir es algo que les pasa a los demás, pero no a ti. Al ver
la muerte de cerca, te das cuenta de que tú también eres mortal y de que no
tienes que estar muy enfermo o ser una persona de avanzada edad para que en
cualquier momento puedas dejar de existir.
-Aceptas la incertidumbre como parte de la vida, hay muchas
cosas que por mucho que lo intentes escapan a tu control y una de esas cosas es
la muerte. Cuidando tu salud y siendo precavido tal vez consigas esquivar la
enfermedad y los accidentes, pero no la muerte.
-Te cuestionas si preferirías que las personas significativas
para ti te recordaran por ser alguien muy eficiente, trabajador, resolutivo,
responsable, atractivo, exitoso, con mucho poder adquisitivo, con grandes
capacidades, con vivencias extraordinarias…, o por tus actos de amor y tu
alegría.
-Empiezas a apreciar la vida como lo más importante. Qué duda
cabe que estar vivo es lo principal, un auténtico milagro, pero casi siempre lo
damos por supuesto y, por tanto, no lo valoramos en absoluto. El resto de cosas
materiales e inmateriales (hijos, pareja, éxito, trabajo, dinero, salud,
reconocimiento, justicia, respeto…) se sitúan en su lugar, es decir, por debajo
del valor principal: LA VIDA.
-Dejas a un lado la queja porque sientes que no hay NADA de qué
quejarse. Como decía el piloto de la Primera Guerra Mundial Eddie Rickenbacker
tras haber sobrevivido a un duro naufragio: "La
mayor lección que he aprendido gracias a esa experiencia es que si se tiene
toda el agua fresca que quieres beber y toda la comida que quieres comer, jamás
deberías quejarte de nada".
-Comienzas a agradecer TODO: que estás vivo,
que tus órganos funcionan, que respiras, que el sol ha salido esta mañana, que
puedes contemplar las estrellas, que tienes gente que te quiere, agua potable
para beber, comida todos los días, un trabajo (aunque no te guste demasiado),
un techo bajo el que cobijarte, una cama donde dormir…
-No solo sientes gratitud por todo, sino que
también lo disfrutas intensamente. Cada cosa que posees, cada cosa que haces,
cada nuevo día, cada momento que pasas con las personas que forman parte de tu
vida,…, todo lo percibes como una hermosa oportunidad de disfrute.
-Deseas vivir despierto, consciente, inmerso en el momento
presente, en el aquí y el ahora porque sabes que el pasado y el futuro solo
existen en tu mente, el único momento real es el presente. Dejas de lamentarte
por lo que ya ocurrió y de preocuparte por lo que quizá sucederá, ya que nada
puedes hacer para cambiar el pasado y solo podrás ocuparte del futuro cuando
llegue.
-Exprimes al máximo tu existencia, pero no persiguiendo
compulsivamente “más” de todo: más experiencias, más amistades, más viajes, más
dinero, un trabajo más interesante…, sino buscando calidad, intensidad y
profundidad en cada momento, en cualquier momento. Esto supone vivir con la
misma pasión saltar en paracaídas que permanecer durante horas en el sofá
mirando el techo.
-Te planteas: “Si ahora mismo muriera, ¿lamentaría no haber
sido más eficiente y productivo en mi trabajo, no haber trabajado más horas, no
haber tenido una vida lo bastante interesante, no haber logrado suficiente
reconocimiento, no haber ganado más dinero, no haber viajado más, no haber
tenido más experiencias…? Sin duda, la respuesta es “NO”.
-Sientes haber vivido tantos años sepultado bajo montones de
absurdas exigencias o “deberías” que te llenan de sufrimiento y te alejan
de la felicidad. Exigencias hacia ti mismo (debería ser más eficiente,
buena persona, excelente profesional, estar en forma, tener muchos amigos,
hijos, pareja, dinero, demostrar que valgo mucho…), hacia los demás (la gente debería
tratarme con consideración y respeto, porque yo los trato así) y hacia el mundo
(la vida debería ser fácil).
Sería deseable que, sin necesidad de vivir un suceso grave,
despertáramos y fuéramos capaces de apagar el interruptor mental de la queja y
activar el del agradecimiento y disfrute. Ojalá no nos pase como al
protagonista de “La muerte de Ivan Ilich” de Tolstoi, el cual tras una vida repleta de éxitos
profesionales y de haber cumplido con todo lo que la sociedad esperaba de él,
dijo en el lecho de muerte sumido en un profundo vacío: “¿Y si toda mi vida hubiera estado
equivocado?”
Jo Pilar, gracias por este resumen de los principios básicos de la TREC. Hay un párrafo que parece que va dirigido a mi persona especialmente. Os leo siempre, aunque no suela contestar últimamente. Un abrazo
ResponderEliminarGracias a ti María por leernos y por participar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Pilar
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