miércoles, 2 de julio de 2014

REFLEXIONES DE PILAR G.: LA RUPTURA SENTIMENTAL


Imagina que vives en la mansión más fabulosa del mundo. Se encuentra a orillas del mar y dispone de infinidad de estancias: un saloncito perfecto para reunirse con amigos, una enorme cocina en la que preparar deliciosas recetas, una sala con una mesa de billar y otros juegos, un amplio salón para organizar fiestas, una magnífica biblioteca con miles de libros, un gran gimnasio con jacuzzi, multitud de dormitorios dispuestos para el descanso, un taller de pintura, un acogedor cuarto de lectura con chimenea…, e incluso un frondoso jardín con piscina donde pasear y tomar el sol.

Todas las estancias son increíbles, pero solo hay una donde tú te encuentras especialmente a gusto. Esa sala dispone de algunas comodidades, pero no tiene chimenea, ni libros, ni juegos, ni siquiera posee vistas al mar, a pesar de eso te instalas encantado en ella y solo sales de ahí cuando es estrictamente necesario, deseando regresar lo antes posible.

Un buen día, sin saber por qué, la luz de esa habitación se apaga. Te asalta el nerviosismo y rápidamente te dispones a investigar qué ha sucedido, no sabes si la lámpara se ha estropeado, la bombilla se ha fundido o si hay algún problema con el suministro eléctrico, el caso es que te encuentras completamente a oscuras.

Pasan los días y, cada vez más nervioso y desesperado, permaneces en la sala buscando la causa que explique la ausencia de luz. Te lamentas una y otra vez de lo bien que te encontrabas allí y te resistes a marcharte. Seguramente estés pensando: “Qué tontería. Yo no me quedaría ahí, saldría a comprobar si en el resto de la casa hay luz y si es así, utilizaría las demás estancias”.

Probablemente nos parezca un sinsentido quedarse en una única sala, por muy buena que sea, si tenemos toda una mansión entera para disfrutar. Pues bien, esto que nos resulta tan ilógico es justo lo que hacen las personas para las que el amor romántico es requisito sine qua non para ser feliz: ponen el foco en la pareja, dejando el resto de su vida en un sombrío segundo plano. Esto es tan poco recomendable y disparatado como jugar los ahorros de toda una vida a un solo número.

Me viene a la mente la conversación que mantuve hace algún tiempo con un amigo que, tras años de relación con su novia, me llamó un día muy deprimido porque ella, sin darle ninguna explicación, le había abandonado. Según él, lo que hacía que se sintiera peor era no conocer los motivos por los que su novia había roto con él. Estuvo dando vueltas a esa cuestión durante meses y meses, y aseguraba que si llegaba a comprender por qué ella había tomado la decisión de dejarle, conseguiría sentirse mucho más tranquilo.

Cuando yo le decía que no necesitaba a su ex para ser feliz, me contestaba que eso era muy fácil de decir pero que cuando has probado lo bueno (se refería a tener pareja), era complicado volver a estar solo. Es cierto que la pareja es una importante fuente de gratificación, pero mi amigo no era consciente de que fuera de su relación había todo un mundo de oportunidades maravillosas que le estaban esperando y que su obsesión por la pareja le impedía apreciar, solo tenía que digerir su nueva situación y lanzarse a vivir plenamente.

Lamentarse e intentar buscar explicaciones para entender lo sucedido, le mantenía atrapado en una espiral en la que una pregunta le conducía a otra: ¿por qué ya no quiere estar conmigo?, ¿habrá dejado de quererme?, ¿mentía cuando decía que me amaba?, ¿estará con otro?, ¿cómo será ese otro?... Lo cierto es que aunque lograra comprender el pasado, nunca podría cambiarlo; las circunstancias, tras la ruptura, eran las que eran, averiguar que la luz se había ido a causa de un corte en el suministro eléctrico, no iba a hacer que la luz volviera. Por lo tanto, debía dejar de formularse todas esas preguntas absurdas que no le conducían a ningún sitio (algo en lo que el ser humano es un auténtico experto).

Mi amigo, al igual que todas aquellas personas adictas al amor romántico, se había atrincherado en la “estancia” de la pareja dejando en penumbra el resto de áreas de la vida. Cuando, por el motivo que sea, la luz de esa estancia se apaga, estas personas caen en la clásica depresión por abandono (incluso los que se encontraban a disgusto en la relación).

Tras una ruptura es fundamental aceptar la nueva situación y plantearse qué hacer para sentirse mejor. Debemos entender que, a partir de ahora, nuestra vida será mucho más rica que antes, recordemos que nuestra sala preferida, aunque disponía de algunas cosas, carecía de otras muchas. Lo realmente bueno empieza ahora y está fuera de esta sala, ¡todos tenemos una mansión a nuestra disposición para disfrutarla a tope! ¿Qué más podemos pedir?

Es estupendo, si así lo deseamos, estar en nuestra estancia favorita, pero sin convertirlo en una necesidad, solo entonces nos encontraremos en condiciones de disfrutar en libertad no solo de esa sala, sino también del jacuzzi, del jardín o de la biblioteca. Por otro lado, si no consideramos absolutamente necesario tener pareja, evitaremos caer en una oscura depresión si, por el motivo que sea, la relación toca a su fin.

Nadie necesita a nadie para ser feliz, convencernos de esto en profundidad hará que perdamos el miedo a quedarnos algún día a oscuras, porque si esto sucediera sabemos que nuestras posibilidades de disfrute no se acaban ahí. No permitamos que esa necesidad ensombrezca las infinitas posibilidades de goce que nos ofrece la vida.

Un abrazo,

Pilar


4 comentarios:

  1. Yo creo que si una pareja falla es por que descuidó programar y hacer efectivo un tiempo y un espacio para una actividad de disfrute en común. Y el que quiera reconducirla o empezar una historia de pareja es lo que tiene que hacer.
    Pensar una actividad.
    Pensar un tiempo.
    Pensar un espacio.
    Ponerse a ello y disfrutarlo.
    No falla. Un abrazo.
    Y a disfrutar de la renuncia. Ja, ja... Se puede, lo digo de veras.

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  2. Siguiendo la combinatoria matemática es lógico que algunas veces renuncie el otro, algunas veces renuncie uno, algunas veces jaja renuncien los dos. Y si planificamos bien y sale bien que será la mayoría del tiempo aunque no tiene por qué, no renunciará ninguno. Pero ¿como afrontaríamos cognitivamente disfrutar una renuncia? Me lo digo y me lo creo. Me motivo... Creatividad cognitiva. Busco las razones.
    Bueno Pilar, no venía del todo a cuento, pero es lo que me ha salido. Me encanta el post.

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  3. Aunque este post está muy bien escrito y es muy bueno el ejemplo, creo que realmente no tiene nada que ver. Las personas no son como estancias. Cuando has encontrado el amor de una persona genial, por muchas más habitaciones que haya en el mundo, quieres estar con esa persona. Hoy en día es muy difícil encontrar amores que valgan la pena. Y, si bien es cierto, que no necesitamos el amor para vivir y se puede estar sin él, es muy ingenuo pensar que porque existen no sé cuántos billones de personas en el mundo, no pasa nada porque se rompa este amor. Sí pasa.

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  4. La culpa, la culpa. El no reaccionar a tiempo, el "sobrar" la relación, el descuido, el seguir sin ver. Más que miedos, tonterías que uno comete y que cuando reacciona es tarde. Me resulta inevitable pensar en los cientos de errores.
    Sí, y en la falta de lealtad después de tantos años.

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