La manera en
que generalmente ves el mundo no es una representación fotográfica de cómo es,
sino tu visión personal de él. Esta afirmación puede parecerte extraña dado que
todos tendemos a pensar que hay una correspondencia perfecta entre la realidad
que vemos y nuestra observación de ella, sin embargo tal correspondencia no
suele existir de forma fehaciente. Por supuesto que hay una realidad objetiva,
lo que sucede es que ésta la aliñamos con condimentos de cosecha propia de los
que apenas somos conscientes.
Esa
inconsciencia es la que no nos hace dudar de que las cosas son en verdad como
creemos verlas y por eso los psicólogos cognitivos insistimos tanto en que hay
que tomar consciencia de nuestros pensamientos para darnos cuenta de cómo
desfiguran la realidad.
Desde la
Terapia Racional Emotiva Conductual este asunto ha sido estudiado a fondo y es
uno de los cimientos de la TREC. Resulta que los seres humanos somos tan
complejos que cogemos la realidad, la aderezamos conforme a nuestra forma de
pensar, lo metemos todo en una coctelera, agitamos… y obtenemos una
pseudo-realidad que creemos incuestionable simplemente porque es cómo nosotros
la miramos.
¿Qué dice la
TREC al respecto?
La TREC nos
enseña que podemos distinguir distintos aspectos de una misma realidad, o mejor
dicho, de lo que observamos, experimentamos o vivimos. Para delimitar el
concepto “realidad” vamos a identificarlo con una situación o un hecho
concreto, lo que en TREC se denomina una “A” (de “acontecimiento”). La “A” es
el acontecimiento activador o estímulo que tras un proceso mental convertiremos
mágicamente en el origen de nuestro estado de ánimo.
Pongamos por
caso que ves a tu vecino Pedro caminando por la calle. Tú estás sentado en un
banco y él camina hacia donde estás tú. Si no cambia de dirección pasará
delante de ti en unos instantes. Tú le miras mientras le ves acercarse, pero él
a ti no. Cuando llega a tu altura pasa de largo sin saludarte.
En este
escenario del acontecimiento (“A”) distinguimos los siguientes aspectos:
1. “A
objetivo”: es lo que se ve si miramos la escena desde el objetivo de una
cámara. Este aspecto de “A” es ratificable por otra persona, es decir,
cualquiera que esté observando la escena dará la misma descripción. Si le
preguntaras a alguien que ha visto lo que tú estás viendo, ambos coincidiríais
en el “A objetivo”. Esa otra persona a la que podrías preguntar no conoce a
Pedro y no sabe que es tu vecino así que en el ejemplo propuesto el “A
objetivo” es: un hombre camina por la calle.
Se le llama “A objetivo” porque es una descripción neutra o impersonal de la
realidad.
2. “A
subjetivo”: es lo que tú crees que está pasando. Es tu percepción del “A
objetivo”, de manera que distintas personas podrían dar distintas
interpretaciones. Yo no sé cuál es tu “A subjetivo” pero puedo aventurarme y
poner como ejemplo que una percepción tuya del hecho podría ser: “Ahí viene mi
vecino Pedro caminando a paso ligero”. “A paso ligero” añade al suceso una
valoración del mismo con la que ya no todo el mundo podría estar necesariamente
de acuerdo. Podría ser que tú consideres que camina a paso ligero porque va más
rápido que tú cuando caminas; o bien porque siempre que le has visto caminar lo
hacía más despacio que hoy. Otro observador podría decir que el ritmo de Pedro
es normal (normal según su criterio subjetivo de normalidad en cuanto a la
velocidad del paso); por los mismos motivos otro diría que va muy rápido. En
cualquier caso, siempre se trata de valoraciones a las que podríamos formular
preguntas del tipo: “¿Ligero respecto a como camina siempre? ¿Ligero comparado
a cómo caminas tú? ¿Más ligero que el resto de peatones?”, etc.
3. “A
inferencial”: es tu conclusión en relación a la escena. Esa conclusión viene
aderezada previamente con tu “A subjetivo”, de modo que yo tampoco puedo saber
cuál es tu “A inferencial”. Una vez más, para seguir con el ejemplo puedo
hipotetizar que tu “A inferencial” es: “Mi vecino Pedro está molesto conmigo”.
Podría ser cualquier otra, pero utilicemos esta para ver cómo podrías haber
llegado a ella. Inferir es sacar una consecuencia o deducir algo de otra cosa
(RAE). En el ejemplo citado podrías haber establecido esa inferencia mediante
el siguiente proceso:
Pedro camina
por la calle => Pedro viene hacia mí => Camina a paso ligero => Cuando
llega a mi altura no me saluda => Pedro está molesto conmigo.
Es posible
que para llegar a esa conclusión hayas entrado en la mente de Pedro y con tus
poderes adivinatorios incluso sepas lo que él pensaba durante su trayecto:
“Ahí está mi
vecino. No quiero saludarle. Voy a aligerar el paso y evitar su mirada para que
crea que no le he visto”.
Naturalmente
esta es sólo una opción, pero hay muchas otras, tantas como inferencias se te
ocurran.
Este pequeño
ejemplo pretende ilustrar que vamos por la vida con una especie de lente
amplificadora con la que “vemos” supuestas realidades que a veces ni siquiera
existen. La llamo “amplificadora” porque lo que suele hacer es amplificar tus
expectativas previas. Esa lupa con la que miramos distorsiona la realidad y
esas distorsiones vienen determinadas por nuestras creencias.
Siguiendo
con el ejemplo, es muy probable que tu inferencia te cause una emoción negativa
que puede ser de tristeza, enfado, decepción, sorpresa, angustia, etc. por lo
que tú consideras “el hecho real de que Pedro no haya querido saludarme”. La
consecuencia anímica de esa visión tuya puede a su vez provocar una
consecuencia conductual. Es posible que cuando te encuentres de nuevo con tu
vecino te sientas incómodo, o que te dirijas a él increpándole por no haberte
saludado, o que a partir de ahora le evites, o cualquier otra respuesta según
sea tu modo de responder ante la emoción que sientes.
Si
observaras únicamente el “A objetivo” no tendrías consecuencias anímicas
desagradables ni las posteriores respuestas conductuales con Pedro. ¡Eso no
implica que no pienses algo concreto! Podrías, -por ejemplo-, decirte a ti
mismo: “Ahí viene Pedro. Debe ir con prisa porque ni siquiera me ha visto”. En
este caso también has incorporado un “A subjetivo” al pensar que va con prisa,
incluso al pensar que no te ha visto. Pero como no has hecho ninguna inferencia
sobre su ausencia de saludo, no experimentas una consecuencia emocional. Es
decir, no has elaborado pensamientos que te produzcan malestar. Lo que nos
lleva a la conclusión de que si te sientes mal no es porque Pedro no te ha
saludado, sino por lo que tú has pensado sobre eso.
Ahora
volvamos a tu inferencia inicial: “Mi vecino Pedro está molesto conmigo”. Pedro
se aleja y tú te quedas sentado en el banco con tus emociones haciendo
chup-chup. A partir de aquí tu mente empieza a buscar evidencias de que tu
conclusión es verdadera: “el otro día en la reunión de la comunidad ya parecía
distante conmigo”, “¿será que está ofendido porque no le dejé la caja de
herramientas que me pidió?”, “le dije que podía dejársela si me la devolvía esa
misma tarde y me miró de forma rara”, “seguro que es por eso”… y así podrías
continuar con una larga letanía de pensamientos que poco a poco van otorgándole
convicción a la idea de que Pedro está molesto contigo. A fuerza de repetir tu
pensamiento conviertes en realidad lo que piensas, en realidad para ti, por
supuesto. Es probable que vuelvas a casa rumiando sobre lo estúpido que te
parece tu vecino. Hasta puede que le digas a tu mujer: “¡No te vas a creer lo
que acaba de pasarme, me he encontrado con Pedro y me ha girado la cara!”.
Naturalmente
Pedro no tiene ni idea de la película mental que has montado mientras estabas
sentado en el banco y durante tu trayecto a casa. Cuando a la mañana siguiente
te lo encuentras en el rellano, te saluda efusivamente. Tú le miras perplejo.
Él empieza una conversación animada sobre un tema intrascendente y te das
cuenta de que actúa con total naturalidad. Te atreves a decirle que no te
saludó el día anterior a pesar de haber pasado a tu lado y él te responde con
una gran sonrisa: “¡No te vi! La próxima vez salúdame tú, hombre!”.
“Mira a ver
lo que ves” con tu lupa mental. Observa lo que piensas cuando te sorprendas
haciendo inferencias, sacando conclusiones equívocas acerca de hechos que no
tienen responsabilidad alguna sobre tus emociones. Mira qué estás pensando que
te hace sentir mal. Vacía la realidad objetiva de interpretaciones subjetivas
preguntándote: ¿Qué vería otra persona si mirara esta escena desde el objetivo
de una cámara? Esta simple pregunta te ayudará a no realizar inferencias
absurdas. Evitarás innumerables malos entendidos en tus relaciones y sobre
todo, mantendrás tus emociones en un saludable estado de bienestar si sueltas
la lupa que inflama tu visión del mundo.
Montse
Rovira