Hola amigos!!! hoy os dejo con un artículo de Irene Orce que me parece genial puesto que nos conecta con lo que nos pasa muchas veces, ese afán que tenemos de tener todo nuestro tiempo ocupado... ahí van las reflexiones que nos hace Irene os animo a leerlas!!
Un fuerte abrazo a todos!!
Mónica
"La enfermedad de estar ocupado" de Irene Orce:
“Nadie está tan ocupado como para no encontrar tiempo para
contarle a todo el mundo lo ocupado que está”, Robert Lemke
En el mundo veloz y exigente en el que habitamos, estar ocupados se ha convertido en
un estilo de vida que suma cada vez más adeptos. El día a día divide nuestra
atención en decenas de esferas distintas. Un universo formado por pequeñas acciones, decenas de recados y trabajo a
destajo, sin olvidar la constelación de la familia, el planeta de
los hijos, el de la pareja y los amigos, entre muchos otros. Cada una de estas
singulares esferas requiere un determinado y particular mantenimiento. Es necesario cuidarlas, mimarlas y preservarlas. Pero a menudo,
las horas no nos alcanzan para atenderlas a todas como nos gustaría.
Inevitablemente –y a menudo inconscientemente- priorizamos.
Pero aún así, como buenos adictos a los estímulos perennes,
solemos llenar nuestra agenda más allá de lo saludable y lo razonable. El
resultado es tan ineludible como nuestro nivel de desgaste, que se traslada a todos y cada uno de los ámbitos de nuestra
vida.
Lo cierto es que, aunque nos cueste reconocerlo, no siempre
podemos llegar a todo. Pero seguimos intentándolo, haciendo de la ceguera y la terquedad nuestra
particular bandera. A menudo terminamos corriendo de un lado para otro, watsappeando con el smartphone mientras nuestra mirada se pierde en
la pantalla del ordenador,
sin olvidar el constante murmullo de la televisión como telón de fondo. Vivimos en la era de las pantallas. Nos hemos
acostumbrado tanto a fragmentar nuestra atención que un solo estímulo ya no
resulta satisfactorio. Necesitamos
varios a la vez. Esta realidad es un síntoma claro de que no estamos mentalmente
donde estamos físicamente. Vivimos en la ilusión del
futuro o el recuerdo del pasado, buscando siempre una intensidad que parece no
existir en el presente.
Según el diccionario, ‘estar ocupado’ y ‘ocupar’ se definen como
“llenar un espacio o tiempo”, y también “tomar posesión, apoderarse de algo, especialmente si se hace de forma violenta”.
Así, podríamos decir que conquistamos nuestra vida a golpe de multitarea. No tomamos prisioneros, nosotros asumimos ese título como si de
una honrosa corona se tratase. Tenemos demasiado que hacer, demasiados lugares a los
que ir, demasiadas personas a las que atender. Tratamos de
ganar tiempo restando atención. Y eso nos lleva a pasar de puntillas por casi
todo lo que nos sucede, a rozar la superficie sin jamás llegar a la profundidad. En este proceso, nos olvidamos de la única persona con la que
convivimos el cien por cien de nuestro tiempo: nuestro hogar, la estrella original de
nuestro particular universo. Estamos demasiado ocupados con lo que sucede en el
exterior para prestar tiempo a lo que pasa adentro.
Conducir sin rumbo
“El papel natural del hombre
del siglo XX es la ansiedad”, Norman Mailer
Somos como taxis, conduciendo
afanosos en una gran ciudad. Nunca viajamos solos, siempre nos acompañan
nuestros pensamientos. Y no siempre resultan pasajeros agradables. Mientras tratamos de llegar a nuestros múltiples
destinos somos esclavos del ruido, la acción, los obstáculos y los atascos. Eso sí, encontramos tiempo para colgar en Twitter o en Facebook todo aquello que pasa tras la
ventanilla. Maquillamos nuestra vida a click de red social, y nuestra verdadera
cara queda enmascarada y alienada en el proceso. En nuestro interior habita esa vocecita, siempre impaciente y glotona, que nos
susurra: “¡Hay tanto por hacer, tanto que ver…sólo un poco más!”
Pero para lanzarnos de cabeza a la aventura primero es importante
saber qué nos mueve a emprenderla, qué necesitamos y esperamos obtener de ella.
Y es que la serenidad, la estabilidad y la profundidad rara vez van de la mano
del exceso, bien sea de
estímulos o de tareas. Todos tenemos obligaciones y responsabilidades con las
que cumplir, pero eso no tiene por qué ser incompatible con dejar espacio al silencio. El disfrute –propio y ajeno- no sólo está en la imagen perfecta, estática y retocada de instagram. Eso es
sólo una ficción efímera que denota que a menudo, nuestra atención está más
enfocada a los demás que en nosotros mismos. Nos construimos en la comparación. Y eso,
tarde o temprano, termina por pasarnos factura.
Nos agarramos a cualquier cosa que enmascare el dolor, el miedo,
nuestra propia verdad. Muchos de
nosotros vivimos vidas que poco o nada tienen que ver con quiénes somos en
realidad. Y si no paramos, seguiremos tratando de difuminar el miedo a
enfrentarnos a aquello que tememos llenando nuestros días de planes y nuestras noches
de falta de sueño. Tapando la ansiedad a golpe de farmacología. Taxis siempre ocupados, revoloteando por
la ciudad como mariposas, inconstantes y preocupadas por el brillo de nuestras alas. Sin preguntarnos con
quién queremos conducir a nuestro lado, qué nos gustaría aportar al mundo, o qué
necesitamos priorizar para llevar una vida que nos llene de verdad.
Transgénicos emocionales
“Si no tienes libertad
interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?”, Arturo Graf
Lo cierto es que cuando estamos ocupados, los pensamientos nos dan tregua. Nos sentimos útiles. No en vano, estamos haciendo cosas. La oscura verdad es que, a
menudo, preferimos estar ocupados a ser libres. Pero, ¿Desde
cuándo estar ocupado es un sinónimo de éxito? Tal vez debamos redefinir la
línea de meta. Si salimos de
la vorágine, aunque sea solo por un momento, posiblemente nos demos cuenta de
que estamos en la carrera equivocada. Eso no
significa dejar de lado nuestras obligaciones, simplemente comprender que
nuestra mayor responsabilidad es aprender a estar a gusto con nosotros mismos, sin estímulos que
nos distraigan de nuestra realidad interior. Cultivar
relaciones auténticas y satisfactorias no se logra a través de una pantalla.
¿Si no sembramos, qué esperamos
recolectar?
Vivimos en la era de los transgénicos emocionales. Palabras bonitas, imágenes jugosas, promesas de
eternidad. Pero semillas yermas. Es muy poco
probable que una conversación que establecemos prestando un 10% de nuestra
atención –siendo generosos- sea duradera, y menos aún que resulte sustancial y sustanciosa.
Menos es más…pero menos atención no da como resultado más satisfacción. Ni más amor. Ni más comprensión. Ni más aprendizaje. El nivel de desgaste que
llegamos a alcanzar en nombre del estar ocupado acaba repercutiendo en todos
los ámbitos de nuestra vida. “Hoy no puedo”. “Estoy muy liado”. “Voy a tope”. En estos momentos, tal vez valga la pena
recuperar la sabiduría del refranero: “Quien mucho abarca, poco aprieta”. Estamos sobreexpuestos, y al igual que los negativos de una
fotografía, corremos el peligro de quemarnos. Tratemos de recordarnos, de vez
en cuando, que lo contrario de estar ocupados es ser libres. Tal vez sea el
momento de aparcar el taxi, dejar las pantallas dentro… y simplemente, salir a pasear.
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