Muchas
personas después de una ruptura en una relación de pareja o matrimonial, suelen
caer en la depresión, la desesperanza, la soledad, el abandono y un nivel bajo
de tolerancia al estado de frustración producido.
Hay personas
que manifiestan que se ha ido su “media vida”, su media naranja”. Manifiestan:
“he perdido una parte de mí”. Esto nos puede parecer muy bonito y romántico,
pero es una idea más bien patológica que produce en la persona sentimientos
depresivos y de autocompasión. Uno se puede sentir frustrado al perder a su
pareja, pero realmente no pierde nada de sí mismo. Uno es completo del todo, no
es una media naranja de nadie, es una naranja entera. Pero el mayor problema
suele estar en su autocondena. Se dicen que son indeseables por no estar con
esa persona o que valen menos. La ecuación que ponen es ESTAR SOLA = VALER
POCO. De este modo se sienten desesperanzadas para cambiar su situación.
Empiezan con diálogos victimistas: “¿Quién me va a querer a mí?” “Si él/ella no
quiere seguir conmigo, ¿quién me va a querer?”. Identifican su valía con el
valor que la otra persona le ha otorgado o con la atención que ha tenido para
con él o ella durante un tiempo.
Las ideas
acerca de la separación son las que determinan cómo te sentirás y no la
separación en sí mismo.
Ideas como
“Es horrible y muy desagradable estar solo/a”, “No puedo soportar estar
solo/a”, “Soy un ser indeseable y por eso me han dejado”, “Soy un/a fracasado/a”,
“¿Qué va a ser de mi vida sin él/ella?”, “Siempre voy a ser un/a desdichado/a”,
son las que generan esos sentimientos depresivos, con un alto grado de
culpabilidad, frustración y desesperanza. Esta falta de aceptación de sí mismo
y de no aceptar un mínimo dolor para cambiar, forman la base de la falta de
cambio.
¿Qué podemos
hacer ante esto? Podemos pensar que somos falibles como personas y cometer
errores, pero aunque seamos rechazados, no autocondenarnos. Lo mejor es
aceptarse, a pesar de la desaprobación. Si tenemos poca o baja autoestima,
podemos decidir “aceptarnos incondicionalmente” y cuando lo decidimos,
determinamos, no insultarnos, no castigarnos y darnos estimulación y ánimos
para emprender de nuevo nuestra andadura corrigiendo los errores (no
culpabilidades).
La valía de
uno mismo depende de lo que se dice uno mismo. Si lo que hacemos es considerar
que nuestra valía depende de lo que dicen los demás de nosotros, nos ponemos a
merced de las miles de cabezas pensantes que opinarán miles de cosas diferentes
sobre nosotros.
Nosotros no podemos evaluar íntegramente a las personas, de ahí
que las calificaciones o descalificaciones son cosas absurdas. Si podemos, si
así lo deseamos, evaluar las emisiones conductuales, de pensamiento, etc., que
realizamos puntualmente, teniendo bien claro que el sujeto no es sus conductas,
ni sus pensamientos, ni sus sentimientos, ni sus actitudes, etc. El ser es
mucho más que todo ello. ¿Quién se atreve a evaluar a un ser íntegramente? Pues
bien, eso es lo que hacemos cotidianamente cuando manifestamos, por ejemplo:
“Enrique es bueno”, como que Enrique, en ningún momento puede emitir un
comportamiento erróneo, le cubrimos del halo de bondad, y ya puede cometer
todas las estupideces que quiera, que seguirá siendo el “buen Enrique”. Pero en
sentido negativo, ocurre más de lo mismo. Si catalogamos algo, hagámoslo sobre
conductas o emisiones puntuales, no sobre la persona.
Cuando uno
se deprime tiende a no hacer nada para mejorar las cosas, porque se cree el
diálogo que manifiesta: “Para qué voy a hacer nada, si no puedo cambiar nada”. Observe sus generalizaciones: “Nada”, “siempre”,
“nunca”, “jamás”, etc. La vida no es así, esas generalizaciones no casan con la
realidad, aunque muchas veces nos ocurra algo.
Escriba las
ideas negativas como las mostradas y cuestiónelas, pregúntese si son ciertas,
si puede dar fe de que está usted en lo cierto, o si son presunciones acerca de
usted, de los demás o de la vida. Luego, coja el teléfono y llame a sus
amigos/as, a sus familiares, apúntese a un curso, haga un viaje, eche tiempo en
una afición, haga ejercicio, etc., pero no se quede por más tiempo a lamentarse
de lo ocurrido, de usted, de la vida, ni del otro. No pierda su tiempo, que es
un regalo de cada día. De este modo, empezará a ver luz sobre usted mismo y
sobre su vida.
No confunda
estar “triste” por el acontecimiento ocurrido de la separación, con estar
“deprimido/a”. Lo primero, “triste”, nos posibilita tomar conciencia de que
tengo una situación adversa, pero no insalvable. “Deprimido/a” me genera
incapacitación y ceguera para ver otras opciones. Y también recuerde que “no
hay atajo sin trabajo”. Cambiar su situación le va a ser costoso, pero no
imposible y, en lugar de pensar en los placeres inmediatos, piense en los que hallará
a medio/largo plazo con algo de esfuerzo.
Sepa que usted estará triste por un
tiempo, pero trabajando esas ideas absurdas y saliendo a hacer cosas y
relacionándose con más personas, hallará los estímulos que le servirán para
refundarse.
Un saludo.
Juan
Fernández Quesada.
Reflexión muy interesante
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