lunes, 21 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: LA HABITACIÓN




Hace unos días ví la película “Room” (“La Habitación”) y me pareció que podría ser una estupenda metáfora para entender mejor qué son los apegos. Si alguien no la ha visto y tiene intención de verla, le sugiero que no siga leyendo este post porque no solo cuento el argumento, sino que también destripo el final.

La película narra la historia de una joven raptada hace siete años, que vive recluida en una minúscula habitación sin ventanas junto a su hijo Jack de cinco años, que nació tras ser violada por su secuestrador. Para el niño todo lo que ve en la televisión que hay en el cuarto (otras personas, animales…) es de mentira, lo único real es lo que se encuentra en el interior de esa habitación.

Cuando Jack y su madre son liberados de su cautiverio, el niño añora la habitación porque es el mundo que él conoce, donde se siente seguro y goza del amor de su madre en todo momento. Fuera le espera todo un mundo increíble por explorar del que, pese a la curiosidad que le despierta, no consigue disfrutar. Su único deseo es regresar al lugar donde siempre vivió y en el que era feliz con su madre.

Un apego podría ser como esa habitación cerrada a cal y canto que no deseamos abandonar porque pensamos que solo ahí estaremos bien. Solo seremos capaces de apreciar las maravillas que nos ofrece la vida fuera de esa habitación cuando se produzca el desapego, es decir, cuando nos demos cuenta de que no necesitamos permanecer en ese cuarto para ser felices, ya que en el exterior hay multitud de posibilidades de disfrute.

Al igual que el protagonista de la película, idealizamos ese objeto de apego, para él la habitación, tal y como la describe en alguna ocasión, es mucho más grande de lo que realmente es, esto es comprensible puesto que constituye todo su universo. Cuando estamos apegados a algo o a alguien, lo magnificamos y le otorgamos un valor exagerado porque creemos que eso es lo que nos hará realmente felices.

Cuando tenemos un apego, por ejemplo, la pareja, centramos prácticamente toda nuestra vida en lo que está relacionado con ella y lo que no tiene que ver con la pareja queda relegado a un segundo plano sin apenas importancia. Como consecuencia,  somos incapaces de apreciar el valor que verdaderamente tiene todo lo que la vida nos ofrece. Solamente cuando nos damos cuenta de que no necesitamos tener pareja es cuando todo lo que nos rodea adquiere para nosotros su auténtico valor y somos capaces de disfrutarlo plenamente.

Jack, poco a poco, logra sentirse bien en el mundo que hasta entonces era desconocido para él y apreciar cosas que nunca antes había tenido (el amor de su abuela, momentos con su nuevo amigo, juegos a los que nunca había jugado, la compañía del perro que siempre había querido tener…).

Al final de la película, el niño le pide a su madre regresar a la habitación, pero ya no desea volver para quedarse, sino simplemente para despedirse de ella. Cuando llegan, el pequeño duda de que aquella sea la misma habitación en la que pasó toda su vida, le parece mucho más pequeña. El mundo que ahora está disfrutando es tan enorme que le cuesta creer que aquella diminuta habitación, que apenas reconoce, le pareciera grandiosa unos meses atrás.

Mientras Jack observa por última vez la habitación, algo le llama la atención: la puerta está abierta. Entonces le dice a su madre: “La habitación con la puerta abierta, ya no es la habitación”. Para Jack la habitación cerrada simbolizaba la vida en la que solo existían su madre y él, y a la que estuvo apegado durante algún tiempo. Ahora sabe que no necesita estar encerrado con su madre para ser feliz y, por tanto, es libre para disfrutar de todo cuanto le ofrece la vida.

Cuando nos desprendemos de nuestros apegos surge la libertad, ya que si no nos apegamos a nada, o lo que es lo mismo, no necesitamos nada para ser felices, tendremos la libertad de desear o no determinadas cosas, pero si estamos apegados a algo, seremos esclavos del objeto de nuestro apego.


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