Cuando sentimos ansiedad, culpa, depresión, vergüenza, rabia, etc., deseamos dejar de sentir esas emociones porque creemos que son monstruos de siete cabezas que nos están amargando la vida y que si desaparecieran conseguiríamos ser felices. Incluso, hay quienes, cansados de sufrir, aseguran que les gustaría transformarse en seres sin sentimientos con tal de dejar de experimentar este tipo de emociones.
Sin embargo, lo que imposibilita la felicidad no son esas
emociones, sino lo que pensamos acerca de ellas. Las emociones en sí mismas
no tienen la capacidad de hacernos felices ni desgraciados.
Podemos vivir, por ejemplo, con ansiedad y ser felices, siempre
y cuando consideremos la ansiedad como algo que, a pesar de ser
bastante desagradable, incómodo e intenso, nos va a ofrecer la oportunidad de
conocernos mejor y de crecer emocionalmente. Sin embargo, si la percibimos
como algo horrible que no debería existir porque nos está arruinando la vida y
no nos permite disfrutar de nada, le estaremos dando el poder de hacernos
desdichados.
Si estamos convencidos de que llevar una piedrecita en el zapato
nos impedirá dar un paseo o realizar nuestros quehaceres diarios, la molestia
aumentará y nos resultará muy difícil caminar. En cambio, si la percibimos como
una simple incomodidad, seguiremos haciendo nuestra vida e incluso llegará un
momento en que dejaremos de notarla.
Tenemos tanto miedo a pasarlo mal que cuando aparece el
indeseado malestar, lo ignoramos, luchamos para dejar de sentirlo o nos
apresuramos a taparlo mediante conductas (trabajo, internet, teléfono
móvil, sexo, compras...) y/o sustancias (fármacos, alcohol, tabaco…), que a
menudo se acaban convirtiendo en adicciones. Anestesiar las emociones nos
proporciona un alivio momentáneo, pero no logra acabar con ellas, todo lo
contrario, las aumenta y perpetua, añadiendo además un nuevo problema de malos
hábitos.
Así pues, es fundamental no luchar contra las
emociones que nos desagradan, sino sentirlas, mirarlas de frente y
atenderlas, para después identificar y desmontar aquellas creencias
irracionales que las están generando. Una vez hecho esto, llegaremos a ese
espacio de paz interior que todos tenemos dentro. No hay atajos, no podemos
saltar por encima de las emociones, es preciso cruzarlas, aunque resulte doloroso,
ya que son la puerta de entrada a nuestra calma interior.
No se trata, por tanto, de rechazar y extirpar las emociones
indeseadas, puesto que dejaríamos de ser seres humanos, sino de perder el
miedo a sentirlas. TODAS las emociones forman parte de la experiencia
humana. No podemos apartar las que no nos gustan y quedarnos solo con las
que son de nuestro agrado como si fueran ingredientes de una ensalada.
Alcanzaremos un estado de sosiego y tranquilidad NO cuando logremos deshacernos de las emociones negativas, sino
cuando estemos dispuestos a sentirlas y a integrarlas en nuestra experiencia
de vida.
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