Hay quienes consideran su trabajo
como una auténtica pérdida de tiempo, una pesada obligación a la que
dedican muchas horas sin que realmente les aporte gran cosa. Se sienten poco valorados, aburridos y
desmotivados, con la sensación de estar malgastando su vida. No es de
extrañar que estas personas a menudo
fantaseen con una ocupación más vocacional que les permita desarrollar sus
talentos o con un trabajo mejor remunerado, con un horario a medida, sin tanta
presión, sin jefes… ¿Quién no ha soñado
alguna vez con poder convertir su pasión en su profesión o con mandar todo al
garete y marcharse al campo a cultivar hortalizas?
No
niego que si nos dedicamos a algo que nos apasiona nos sintamos más contentos y
satisfechos, pero, ¿qué tiene que ver la
satisfacción con la felicidad? No hay que olvidar que la felicidad radica en un diálogo interno racional y no en un
trabajo fantástico, una pareja maravillosa o en una sustanciosa cuenta
bancaria. Sin embargo, a menudo caemos
en la trampa de creer que sufrimos a causa de las circunstancias externas
(un trabajo tedioso, una pareja poco cariñosa, dificultades económicas, una
salud delicada…) y que si éstas cambiasen seríamos felices.
Si,
por ejemplo, estamos convencidos de que el trabajo es el culpable de nuestra
infelicidad y decidimos cambiar de
ocupación con la esperanza de sentirnos libres, plenos y realizados, es cuestión de tiempo que nos decepcionemos
y comencemos a buscar desesperadamente otras fuentes de gratificación que
nos proporcionen lo que no hemos podido encontrar en el nuevo trabajo.
Generalmente
eludimos la responsabilidad de nuestro bienestar emocional y atribuimos el poder de hacernos felices a
un trabajo “perfecto” (o a cualquier otra cosa). Pero, ¿puede un trabajo
aportarnos serenidad o calma mental?
¿Puede protegernos de cualquier
perturbación emocional y transformarnos
en personas fuertes que no exageran negativamente las adversidades? ¿Puede
hacer que nos sintamos en armonía con la existencia? ¿Puede contribuir a que apreciemos lo que poseemos y a no quejarnos por lo que nos falta?
¿Puede ayudarnos a disfrutar de cada
instante, de cada cosa que tenemos entre manos, viviendo plenamente en el aquí y el ahora?...
Por
muy ideal y gratificante que sea lo externo no tendrá nunca la capacidad de
hacernos felices si no lo somos ya, puesto que la felicidad es un estado de paz interior que se consigue no
necesitando lo que no es realmente necesario, valorando lo que se tiene y
disfrutando de las pequeñas cosas. Con
una mente sana estaremos bien en cualquier situación y, por supuesto, en
cualquier trabajo; esto no quiere decir que no intentemos cambiar de ocupación
en un momento dado, pero lo haremos únicamente por el deseo de trabajar en algo
que nos guste más y no por la necesidad
de huir de aquello que creemos que nos tiene amargados.
Cambiar
las circunstancias externas de nuestra vida no nos liberará de nuestro estado
de infelicidad y tampoco nos conducirá al bienestar emocional,
porque como muy acertadamente dijo
el psicólogo Anthony de Mello:"Si lo que buscas es la felicidad, ya puedes dejar de malgastar
tus energías tratando de remediar tu calvicie, o de conseguir una figura
atractiva, o de cambiar de casa, de trabajo, de comunidad, de forma de vivir o
incluso de personalidad. ¿No te das cuenta de que podrías cambiar todo eso,
tener la mejor de las apariencias, la más encantadora personalidad, vivir en el
lugar más hermoso del mundo... y, a pesar de ello, seguir siendo
infeliz?".
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