domingo, 5 de noviembre de 2017

REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: EL PERFECCIONISMO EMOCIONAL


Si en alguna ocasión habéis confesado a alguien cercano un miedo o una debilidad que tenéis, muy probablemente su respuesta haya sido: “Uy, pues eso no puede ser, tienes que hacer algo para superar ese miedo”.

¿Dónde está escrito que no podamos tener miedos? ¿Por qué no nos permitimos ningún resquicio de temor, inseguridad o perturbación emocional? ¿No nos basta con autoexigirnos un cuerpo escultural, un magnífico trabajo, muchos amigos, una vida interesante, buena salud física, inteligencia, imagen intachable, pareja, hijos, una casa fantástica….? Parece que no es suficiente, también nos exigimos estar siempre anímicamente bien, es decir, de buen humor, alegres, sin malos rollos, sin preocupaciones, con ganas de hacer cosas…

Una cosa es desear alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento, y otra muy distinta imponernos como obligación no sufrir nunca ningún tipo de alteración emocional. Esta es una meta perfeccionista y, por tanto, inalcanzable, ya que el sufrimiento forma parte de la condición humana. Nadie, por muy fuerte que sea emocionalmente, está exento de experimentar en algún momento de su vida malestar emocional. De la misma manera que alguien con una salud de hierro tampoco está totalmente libre de contraer una enfermedad en un momento dado.

Para abordar este asunto, lo primero que tenemos que hacer es aceptarnos y, en consecuencia, querernos tal y como somos, no querer cambiar ni mejorar nada de nosotros, porque ya estamos bien así, no necesitamos ser de otra manera para ser felices. Por tanto, no debemos renegar de nuestros defectos, fallos, carencias, neuras, emociones perturbadoras…, ni luchar contra ellos, porque de sobra es sabido que a lo que te resistes, persiste. Y tampoco tenemos que autodespreciarnos por no ser perfectos, nadie lo es ni falta que hace para disfrutar de la vida.

Una vez que dejamos de juzgarnos con dureza y aceptamos como parte de nosotros todo aquello que no nos gusta, podemos considerar la posibilidad de hacer algo para cambiarlo o podemos dejarlo estar.

Supongamos, por ejemplo, que un amigo de Pepe le pide a éste dinero prestado, pasa el tiempo y no se lo devuelve. Pepe, que no se caracteriza precisamente por ser asertivo, no se lo reclama y siente rabia hacia su amigo por no haberle devuelto el dinero (“¡Qué caradura! Es un impresentable. Debería haberme devuelto el dinero”), pero está más furioso aun consigo mismo por no haber sido capaz de pedirle el dinero prestado (“¡Soy un completo imbécil! He perdido mi dinero, con la falta que me hace. Debería haberme atrevido a pedírselo”).

Si Pepe se acepta de manera incondicional con su falta de asertividad, dejará de castigarse y de mortificarse por ello. Después, desde la tranquilidad, podrá optar por trabajar las creencias irracionales que interfieren a la hora de expresar sus opiniones, deseos o sentimientos, o podrá continuar siendo una persona poco asertiva, puesto que es un defecto que tiene aceptado y que no le impide ser feliz.

De todas formas, si una vez aceptada su falta de asertividad, Pepe decide tratarla y superarla hasta convertirse en el ser humano más asertivo del planeta, y también consiguiese, cosa poco probable, vencer el resto de sus neuras, eso no le haría ni más feliz ni más valioso, porque tener mucha fortaleza emocional es como tener un físico espectacular, no es más feliz el que más se acerca a la perfección física o mental, sino el que se acepta con sus imperfecciones y no necesita ser diferente de como es.

Es peor el sufrimiento que produce el hecho de no aceptarnos como seres emocionalmente imperfectos llenos de inseguridades y neuras, que el que nos generan las propias neuras. Por ejemplo, si tenemos miedo a volar sufrimos más por exigirnos no tener esa fobia (“No debería tener este miedo, las personas normales no sienten pánico al coger un avión, algo no funciona en mí…”), que por el malestar que nos causa la fobia en sí misma (“Sería terrible morir en un accidente aéreo”). No aceptar nuestras debilidades emocionales añade sufrimiento al sufrimiento.

En definitiva, el camino de la aceptación nos conduce a la plenitud y a la serenidad, mientras que el camino de la perfección, lejos de acercarnos a la felicidad, nos distancia cada vez más de ella, ya que perseguir algo tan inalcanzable como la perfección, además de resultar agotador, produce frustración, insatisfacción y vacío.

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